Cuando practicas sexo es probable que tengas un objetivo: alcanzar el orgasmo. Lo cierto es que suele ser nuestra meta, quizás no dicha, quizás no pensada, pero es lo habitual.

Imagínate que vas caminando por un bosque, disfrutando del paisaje, los olores, los sonidos de la naturaleza. Te sientes feliz, completamente feliz, disfrutando del momento. Pero, ¡huy!, me olvidaba, resulta que llevas a un crío a tu lado y a cada cinco pasos te pregunta: “¿Cuánto falta para llegar? ¿Queda mucho? ¿Cuándo llegaremos?” Adiós dicha absoluta, ¿no? Pues así es cómo viven muchas personas, ¡la mayoría!, su vida sexual: perdiéndose lo mejor, empecinadas en comerse la guinda, léase alcanzar el orgasmo, ¡qué, tantas veces, ni siquiera es tan maravilloso!

Sin embargo, ¿qué pasaría si lograr el clímax no fuera la meta? ¿Dirías que el sexo no vale la pena? Claro que no, porque ¿acaso no disfrutarías de los besos, las caricias, los mordiscos, las palabras intercambiadas, los lametones, el morbo, la excitación, los juegos (podría seguir, pero creo que queda claro)?

Existen dos formas de vivir nuestra sexualidad: la primera tiene como objetivo alcanzar el orgasmo y todo lo que se hace busca ese fin. Los besos, las caricias, las palabras… todo, va dirigido a lograrlo. La segunda tiene como objetivo el placer del momento, es decir, los besos se dan para gozar de ellos, las palabras se dicen para disfrutarlas y excitar a quien las oye (y las dice, por supuesto), al igual que las caricias… Todo se hace en presente y con la curiosidad de “a ver a dónde me lleva”. Dicho de otro modo, cada cosa que sucede durante el encuentro es un fin en sí mismo.

Son dos formas muy diferentes de vivir la sexualidad y la segunda, no lo dudes, es mucho más gratificante que la primera, porque el  sexo no es llegar, es disfrutar. Dicho de otro modo, la verdadera meta (del buen sexo) es sentir placer e intimar con el otro y el orgasmo es solo algo más, un elemento más de la experiencia… que de quitarse de la ecuación no debería empañar lo vivido.

No entenderlo es el gran error que cometemos la mayoría. No hace falta correrse para sentir la gloria. Hay muchos niveles de placer e incluso pueden superar la pura descarga física que es el orgasmo.

Es más, si dejas de lado la obsesión por la meta y te centras en disfrutar del viaje (=encuentro exploratorio en busca de lo que nos gusta a ti y a mí), te relajarás: ¡adiós ansiedad de cumplir, de llegar, de que las cosas sean de una manera determinada! Y gracias a esa supuesta renuncia (que es más bien un beneficio), y a esa actitud de aventurero curioso, de vamos a jugar y ver cómo logramos sentir y disfrutar más, podrás descubrir nuevas sensaciones, prácticas y experiencias.

Dale una oportunidad a la experiencia: la próxima vez que te compartas con alguien o te goces a solas, siente lo que sucede en cada momento. No se logra de la noche a la mañana, sobre todo si nuestro actitud natural es la de controlar o tendemos a creer en la consecución de objetivos… Pero insiste, ¡te lo pasarás mejor!

Pido sinceridad: ¿cuántas veces tus orgasmos no han sido como para tirar cohetes o  siendo buenos no te han satisfecho emocionalmente, incluso te han dejado cierto vacío? Un orgasmo no es garantía de nada. Es curioso, quizás quienes mejor entiendan la importancia del camino, son quienes lidian con una eyaculación que consideran demasiado rápida. ¡Ironías de la vida!