Mis Imperiales amigas Mary y Suzan, dos norteamericanas jubiladas con las que adoro sentarme en Círculo, han pactado un ritual muy útil para evitar la tendencia tan femenina de desgranar los achaques. Cada vez que nos encontramos, además de los cinco minutos de saludos, se agregan los «cinco minutos de queja». Son los minutitos esos en los que nos contamos qué tal ha ido el mes, cómo nos hemos sentido, qué nos ha dolido… Y a los cinco minutos una de las dos dice en tono cantarín «bueno, ya vale, ahora pasemos a hablar de algo más productivo… » Y cambiamos de conversación.

Mis tías abuelas, cuando se reunían, sólo se permitían las unas a las otras quejarse de una cosa. Sólo de una, así que había que elegir bien… Eso sí, no se libraban de la competición del «eso no es nada, porque a mí… «

Tenemos tendencia a quejarnos, a poner fuera el origen de todos nuestros males. A hablar de cómo nos afecta el tiempo, los desplantes de otro, las hormonas (¡como si no formasen parte de nosotras mismas!), un mal sueño… Es curioso, pero cuando una persona se incorpora a un grupo sonriendo y diciendo lo bien que le va, el resto del grupo tiende a mirarle con recelo. Sin embargo, si quien se acerca viene cabizbajo, alicaído o triste, el grupo entero se pone a consolarle.

Parece poco popular esto de mostrarse satisfecho con la vida… Y sin embargo quienes así se muestran está demostrado que atraen más gente, más trabajo, más dinero… Tal vez sea el momento de cambiar esta tendencia…

La propuesta de este mes es que intentemos dejar de quejarnos. Puedes colocarte una pulsera en una mano y obligarte a cambiarla de lugar cada vez que te encuentres a tí misma «instalada en la queja». O tal vez anotar un palito en un lazo que puedes llevar atado a la muñeca. Vigilar cuándo nos quejamos, cuándo permitimos que nuestra vocecita interior -esa Charlatana que todos tenemos- se adueña de todo nuestro mundo pintándolo de oscuro. O hacer como mis amigas y ponerle cronómetro a la queja…

Una Emperatriz de Luna, mi amiga Tetxu, me descubrió el reflejo irisado de la tiara a contraluz. Tiene su miga mirar más allá de lo que vemos a primera vista para llegar a construir desde esa atalaya el reino que realmente nos expresa. Es decir, la propuesta es que no te conformes con la primera visión negativa de algo, o con lo primero que te devuelven tus sentidos, sino preguntarte, ¿y esto qué me enseña?, ¿de qué me sirve? y así intentar descubrir nuevas opciones.

Hacer este ejercicio tal vez te permita ver un patrón en tu queja. ¿Te quejas siempre de lo mismo? ¿Tienes una hora más propensa a la queja? Se trata de mirar la queja con el desapasionamiento de un entomólogo: como quien mira un insecto. Y una vez examinada, puedes hacer un plan para cambiar ese patrón.

Recuerda que en los confines de tu Reino tú eres la voluntad soberana de una Emperatriz «Serenísima». Y para conservar la serenidad, nada mejor que mirar las cosas con perspectiva.

Cambiar nuestro patrón de queja es realmente saludable, porque nos cambia el paisaje. ¿Te has fijado que cuando quieres algo (un coche, un bebé…) no haces más que verlo a tu alrededor? Con la queja pasa algo parecido. Cuando «quieres» quejarte, siempre hay motivos de queja. Y aquello en lo que enfocas tu atención, crece… ¡más quejas!

Decreta el estudio concienzudo de tus quejas para eliminarlas de tu vida -o confinarlas a los cinco minutos de cortesía social- y verás cómo cambia tu paisaje.

Marta Arellanomartaarellano

Desarrollo de Personas y Organizaciones

www.mmarellano.com