Embarnecer. Recientemente aprendí esta palabra que tanto tiene que ver con las mujeres blancas. La escuché gracias a una amiga que traía a la memoria las conversas de mujeres sabias en pueblos del interior. Y tiene que ver con el nuevo aspecto de las mujeres tras la menopausia.

Yo sigo mi búsqueda de palabras amables con las que calificar este proceso crucial en la evolución de cada mujer como es la Mesopotamia. Un proceso que tal vez comience por alterar los niveles de esas cosas chiquititas que son las hormonas, pero que termina cambiándonos de arriba abajo. Dice el refrán que en esta época hay naturalezas que se secan y otras, al contrario. La sabiduría popular siempre ha sido contundente y nos regala el tradicional “a la larga la mujer o se ajamona o se amojama”.

Yo suelo decir que me “han cambiado el envase”. Y todas sabemos lo mucho que importa el envase a la hora de “vender” un producto. Con frecuencia encuentro mujeres a las que les cuesta mostrar su “nuevo envase” y se machacan en el gimnasio, se tapan o se esconden a la hora de ofrecer sus talentos en el mercado porque lo primero que muestran –su aspecto- no coincide con lo que a ellas les gustaría mostrar.

 Embarnecer según la RAE significa “engrosar”. A mí “embarnecer” me parece mucho más bonito que ajamonarse, tiene muchos más matices y menos bordes groseros.

En primer lugar, el prefijo “En” que le confiere todos los atributos de la preposición homófona. En: dentro. Puede indicar inclusión o encierro. Yo prefiero incluir a encerrar. Como prefijo “en” indica la idea de colocar o construir, de ir incluyendo, incorporando y asumiendo cosas. Esto se ve con claridad en Embellecer, Enaltecer, Enjalbegar, Enamorar… Incluso encarnar, que significa “hacer carne”. Asumimos en nuestro cuerpo las cosas que nos han ido pasando, las que nos pasan cada día. Y no es que el cuerpo se engrose, sino que desde donde yo lo siento, se embarnece, se va tupiendo de emociones, experiencias, heridas y curaciones, amores y desamores, miedos y valentías, aprendizajes y olvidos… Y el cuerpo se va embarneciendo, redondeando, como las bellas de Rubens.

Debo confesar que con frecuencia me cuesta reconocerme en el cuerpo embarnecido que me devuelve el espejo. La imagen social y cultural que nos han vendido los medios condiciona la forma en la que contemplamos nuestro nuevo cuerpo. Los cánones de belleza ya no son griegos sino marketinianos, y al menos a mí me falla a veces la perspectiva.

Por eso cada vez que me veo embarnecida, me recuerdo que no es sólo el envase lo que cambia. Mi cuerpo explicita, o encarna, todo aquello que soy y he sido. Este “traje espacial” con el que nos paseamos por este nuestro mundo no puede ser el mismo que hace unos años, porque hemos recogido por el camino muchas otras experiencias y sabidurías. Se nos han embarnecido también el alma y el conocimiento. Este nuevo envase nos expresa mejor que el anterior. Por eso yo te animo a que tú también lo muestres con el orgullo de quien sabe que el contenido también ha cambiado, también se ha embarnecido.

Marta Arellanomartaarellano

Desarrollo de Personas y Organizaciones

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