En esto del avance social y cultural del lugar que ocupa  la mujer en nuestras sociedades he llegado a pensar si estaremos involucionando. Si nos hemos detenido y estamos retrocediendo en algunas de las victorias que habíamos conseguido. O si tal vez estamos errando el camino empeñándonos en la igualdad formal o, si en realidad estamos abriendo nuevas vías de trabajo.

En el año 1958 Gamal Abdel Nassr en comparecencia pública con respecto a la ley de la Hijab que reclamaban los “hermanos musulmanes” decía que parecía de risa –y el público se reía- obligar a la mitad de una nación a cubrirse en público… Y fíjate hoy …

En 1980 Sabina cantaba aquello de “las Niñas ya no quieren ser princesas”. Y hoy despliegan su encanto y candor en Instagram solicitando que alguien las adore y las mime como princesitas de cristal. Crece el machismo entre nuestros menores. No es cosa de niños, sino de educación, de cultura.

Las leyes nos ofrecen cada vez mayores garantías de “igualdad” formal y sin embargo cultural y socialmente el lugar de la mujer sigue siendo parecido al de hace siglos. A la mujer que asciende se le mira con recelo y la que no lo hace, se le acusa de no tener ambición.

Educativa, laboral y profesionalmente hemos hecho un esfuerzo enorme para equipararnos a los varones. Y cada vez encuentro a más mujeres en su madurez que se descuelgan del mundo laboral. Unas porque declinan seguir escalando puestos por cansancio o por sentir que les falta coherencia consigo mismas. Otras porque en estas reestructuraciones bestiales han sido las primeras opciones de descarte por edad y temo que, aunque nadie lo diga, por género. (La casposa asunción de que es el varón quien realmente sostiene la familia… y claro mejor prescindir de ella que de él…)

Tengo para mí que es imposible transformar aquello que no se conoce bien, que no se acepta y se trasciende. Pelear contra viento y marea contra el machismo, sin haber comprendido que nosotras mismas lo llevamos como impronta cultural en los genes, denota una cierta ceguera. Creo que necesitamos comprender que no hay que ser iguales a los varones, sino que debemos aprender a honrar nuestras diferencias. Aprender a utilizarlas en nuestro beneficio, el de cada una y el de todos.

Creo que reclamar a los cuatro vientos la propiedad sobre nuestros cuerpos o mentes nos cosifica, nos convierte en verdaderos objetos-mujeres. Incide negativamente en el impulso que muchas mujeres hayan podido sentir de ser madres, pero sobre todo nos coloca en una difícil relación entre nosotras mismas y el cuerpo que habitamos.

He comprendido que durante una etapa de nuestra vida profesional nos plegamos a ser como los hombres, y a jugar con sus reglas, pero al llegar un momento determinado de nuestra evolución no nos basta tener “más huevos que nadie” en cuerpo de mujer. He vivido en mí misma y en muchas de las mujeres a las que he acompañado en su proyecto profesional y empresarial, la necesidad de expresarse, mostrarse y aportar de forma diferente a los varones.

La necesidad de hacer las cosas desde un lugar diferente, acunando entre nuestras manos la gestación de un sueño: poder ser y aportar completas, unificando en una sola forma de hacer nuestra condición femenina, a la que sumamos el aprendizaje de los modos y maneras de nuestros compañeros varones, imperante en nuestro escenario profesional. Muchas de las mujeres con las que trabajo, y yo misma, nos abocamos a trabajar de otro modo y desde otro lugar. Abrimos sendas de negocios innovadores en los que el cuidado del equipo y el entorno, la intuición, el Propósito, el servicio y la empatía ocupan lugares importantes.

Tengo para mí que estamos en un momento único, una etapa de cambio en la que el orden y el caos conviven también en las imágenes sociales. El momento en el que muchas mujeres blancas, Emperatrices Mesopotámicas, seremos capaces de aportar como los antiguos consejos de ancianas, nuestra experiencia, sensibilidad y capacidad crítica, a un escenario profesional cambiante y a una imagen social de la mujer en vías de empoderamiento. Somos la primera generación de mujeres que llega a su etapa “blanca”, a nuestra Mesopotamia, con experiencia y formación, habiendo conocido el sabor de la independencia y la responsabilidad profesional. Las primeras en acceder por méritos propios a puestos laborales. Somos pioneras a la hora de conciliar sensibilidad y profesionalidad. Y tenemos la responsabilidad de hacerlo.

 

Marta Arellanomartaarellano

Desarrollo de Personas y Organizaciones

www.mmarellano.com