“Nunca pensé que el sexo a los 60 años pudiera ser tan apasionado. Mi cámara comenzó a disparar mientras la pareja se besaba delicadamente. Conforme la excitación era mayor, comenzaron a quitarse la ropa, sin pena ni vergüenza, rompiendo la intimidad como si fuera la primera vez. Sus cuerpos desnudos mostraban signos de enfrentarse a la batalla del tiempo, aunque parecía que ese proceso de envejecimiento no había sino aumentado el deseo mutuo. Sus manos recorrían sus las zonas erógenas, en caminos que sabían conocidos y recorridos previamente, como quien sabe cómo, cuándo y dónde colocar la atención para explotar al otro. Ella se levantó de la cama, le tomó la mano y lo puso frente sí, de pie, con el pantalón hasta las rodillas. Tomó su pene firmemente y comenzó a besarlo. Probablemente era la millonésima vez que ella hacía eso, pero él sonreía y disfrutaba como hace 40 años.

Los gemidos de placer inundaron la habitación cuando ella introdujo el miembro en su boca, y con movimientos delicados comenzó a masturbarlo. Tras un rato, él la levantó por la barbilla, la besó con agradecimiento y la tiró en la cama. Parecía que quería arrancarle la ropa interior. Sus rodillas tronaron al hincarse y su cabeza desapareció entre el vientre y sus piernas. La sala sólo se llenó de más placer que rebotaba en las esquinas de la habitación; un cuarto de la casa que habían comprado hace 25 años. Mi cámara capturó ese momento, en que con las manos aferrándose a la sábana, un orgasmo recorría su cuerpo.
Tomé fotografías durante el resto del encuentro. No eran los cuerpos jóvenes, hermosos y delicados de mis sesiones usuales, pero había algo en esa unión de cuerpos, de almas, que nunca había visto. Más allá del sexo, la pasión y el placer consumado por ambos, encontré en sus miradas algo que tardé en adivinar: dos almas jóvenes, atadas a cuerpos en decadencia, que se amaban”.
¿El amor muere con el tiempo o el tiempo consolida el amor? ¿La pasión se pierde con la rutina? ¿El sexo desaparece con el desgaste del cuerpo? Ese concepto abstracto, bendición y maldición por igual, es uno de los temas que apasionan las artes humanas y la fotografía no ha sido la excepción. La disciplina que tiene la capacidad de retratar un momento y una situación para congelarla en el tiempo, también tiene la facultad de captar un sentimiento, o una emoción que se desborda por los ángulos de la fotografía.
Como parte de un proyecto que se aleja radicalmente de su trabajo como fotógrafo de moda, Robi Rodriguez indagó en el tema del amor, la pasión y el sexo después de cuatro décadas de matrimonio. De este modo, realizó una serie fotográfica de los Parker, un par de enamorados con 60 años que no permiten que la rutina, el tiempo y las convenciones sociales “aptas” para su edad, detengan su vida sexual. Oriundos de Yorkshire, Inglaterra, la pareja aceptó ser retratada por el lente de Rodriguez.
The Birds es una introspección en la vida de Anne y Derek Parker, sin censura y con la invitación a explorar en su intimidad. A través de la serie fotográfica de Rodríguez, nos convertimos en voyeuristas de una relación que no se detiene, mantiene el fuego de la pasión encendida y que transmite, más que deseo sexual, un profundo sentimiento de admiración y ternura. En palabras del propio Rodríguez, quien dejó a un lado las pasarelas, las esculturales modelos y a las grandes firmas de la industria de la moda para retratar a los Parker, su proyecto se trata de un “mensaje de esperanza para las nuevas generaciones, con Anne y Derek como protagonistas, que nos confirman que el amor existe”.
Tras décadas de compartir su vida, la pareja ha indagado en las múltiples pasiones, fetiches, deseos y fantasías que su mente desarrolla, en las cuales la fotografía se erige como una de sus actividades favoritas. Derek es fotógrafo amateur y para él, Anne ha posado cientos de veces, teniendo como resultado múltiples retratos eróticos de la pareja, mismos que se remontan a su juventud. Rodríguez afirma que conoció a los Parker “por casualidad en la calle” y que tras platicar con ellos y convencerlos de participar en su proyecto, estos aceptaron. Pasaron meses de pláticas y negociaciones, aunque finalmente ese deseo de seguir explorando su propia sexualidad, fue lo que los llevó a posar para la lente del fotógrafo.
Una vez que el fotógrafo y la pareja se fueron conociendo, fue fácil romper con los estigmas y las barreras, aceptando a Rodriguez como parte de su familia, aunque se tratara de un miembro que se encargaría de retratarlos en su intimidad. Evidentemente la intención del fotógrafo no se centró en el amor desatado y con frenesí, ni mucho menos en los cuerpos perfectos, por el contrario, la atención de Rodríguez giró en torno al amor.

Aquel vago concepto tan repetido en la sociedad que encontró en la pareja mientras tenían relaciones. Había pasión, deseo y lujuria, pero toda vista bajo una óptica distinta, como si todas estas emociones fueran barnizadas por algo mucho más profundo.

Fuente: Cultura colectiva

 

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