Festival de Berlín: Mejor Ópera Prima, Gran Premio del Jurado Int. (Secc. Gen. KPlus)

Festival de Málaga: Biznaga de oro, Premio Feroz de la crítica.

Festival de Cannes: Premio Ecrans Junior

Hace tiempo que no compartía con vosotras esas amigas que he ido haciendo a lo largo de los años, esas mujeres de “película” que me han ayudado a entenderme, y a entender la realidad que me rodea, cómodamente instalada en la oscuridad cómplice de una sala de cine.

Pero el estreno, este 30 de junio, de la película de Carla Simón, “Verano del 93” me ha precipitado a sentir la necesidad imperiosa de compartir esta pequeña gran película con vosotras.

Arrancada de la cuajo de la más cruda realidad, nuestra “mujer de película” es una directora de unos 30 años, que se ha despojado de su memoria. Que ha construido y reconstruido sus recuerdos de ese “verano del 93” en el que su madre la dejo, pero en el que ella sintió y comprendió que ya tenía otra mama, una mama que no tenía ninguna intención de “ponerse enferma” y que la ha acompañado hasta hoy, y otro papa que la quiere, su primer papa también se fue, pero esa es otra historia, y una hermanita, por la que siente tantos celos que te pasas media película preocupada por que pueda pasarle algo…  Su hermanita Anna, que es uno de los grandes hallazgos de la película, que descubriréis cuando vayáis a verla. Porque señoras, tenéis que ir a ver “Verano del 93”

Verbena de San Juan, petardos, fuegos artificiales, Frida observa, un niño le pregunta “¿Y tu no tendrías que estar llorando?”. La mirada de Frida recorre por última vez un piso, una habitación, un lugar al que ella intuye que no volverá. El coche arranca. Lo que para muchos niños seria el principio de las vacaciones de ese verano del 93, para Frida es el principio de una nueva vida. Rodada a un metro del suelo, la mirada de Frida descubre poco a poco lo que va a ser su nuevo hogar, su nueva mama, a la que como todo niño pone a prueba con un pulso de esos que te echan los niños cuando no quieren hacer lo que les dice. Una mama que no se rinde a su chantaje emocional, pero que también le promete, y sé que me repito, que no va a ponerse enferma. Secuencia brillante donde las haya ver a Frida vestida y pintarrajeada con un reconocible look de los 90, recostada en una de aquellas tumbonas de playa de tiras de plástico que creo que forman parte de la memoria colectiva. Una Frida que le pide una y otra vez a su nueva hermana, “Pregúntame si quieres jugar conmigo… “ y respondiendo “No puedo, me duele todo el cuerpo…no puedo…me duele todo el cuerpo” porque sus padres, como le dice su abuela, “Hicieron muchas tonterías…pero te quisieron mucho”. Porque sus padres han sido víctimas del sida, que planea de forma sutil, que forma parte del “no dicho” de muchas situaciones.

Valiente, sensible, nunca sensiblera, emocionante, construida de retazos de memoria, de los pequeños momentos que constituyen la vida de un niño, y que estoy segura de que si nos paramos un segundo a pensar, se parecen mucho a los nuestros, Carla Simón / Frida, tejen un relato autobiográfico, que planea sobre la vida y la asunción de la muerte, que desemboca en ese llanto desgarrado, inacabable, de una niña, Frida, para la que la vida sigue, feliz, acompañada, querida, que forra y pone su nombre en los libros de cole, como todos los niños, porque ya está terminando el verano.

Marta FiguerasMarta Figueras
Productora de cine.
Delegada de CIMA -Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales