El excelente fotógrafo Antonio Lafuente del Pozo, residente en Málaga, ciudad donde tendrá lugar el próximo 26 de octubre el  XI FÓRUM MUJER Y MENOPAUSIA  y quien además ha tenido la gentileza de cedernos una imagen que ha servido de base para nuestro cartel promocional, ha inaugurado  su exposición: «Arte en vinilo».

Lugar: Sociedad Económica amigos del país. Plaza de la Constitución, 7 Málaga

Horario: Lunes a Viernes  de 11h a 14h/ 18h a 21h.

Sábado de 11h a 14h

Podeis ver el catálogo de fotos clicando aquí: https://issuu.com/paramio/docs/cata_logo_arte_en_el_vinilo

La adolescencia de los años sesenta transcurrió a una velocidad de giro de 45 rpm, como la de los singles, discos sencillos de dos canciones, o los llamados “epés” o «extended plays» por su mayor duración de cuatro.  Aquellas circunferencias negras de doble cara que no cesaban de girar una vez salían de sus fundas, hicieron compañía a amores, anhelos y desilusiones. Poco después, llegada la juventud, ese ritmo se iría  acompasando a las 33 rpm de los ansiados “elepés” o «longplays» de larga duración.  Junto a todos ellos la convivencia se mantuvo a lo largo de tres décadas, hasta que, sin darnos cuenta, comenzaron a ser devorados por los “cedés”, para alcanzar su extinción a finales de los años ochenta, cuando los causantes de esa desaparición empiezan a llamarlos “vinilos”, intentando definirlos exclusivamente por su composición material. Lo digital arrumbó a lo analógico y lo nuevo a lo reciente, en lugar de ir de la mano como hermanos. Y hoy, varias generaciones desconocen la palabra “tocadiscos”, referida a esas pequeñas maletas de múltiples formas y colores que una vez abiertas ponían  sonido al silencio, y que poco después, acabados los guateques y para poder albergar a los “larga duración” dieron paso a lo que aquí conocimos como “platos” o «giradiscos». Quizás tampoco sepan que la palabra “discoteca”, cueva donde los cuerpos jóvenes se iniciaron en el ritual tribal de la danza previo al amor carnal, proviene de aquellas pequeñas circunferencias perforadas de ébano. Y tal vez también nosotros hayamos olvidado que en la trasera de alguno de aquellos viejos singles, un perdido amor escribió su nombre con punta azul cristal normal.

Años después, los viejos cuadrados de cartón, papel e imaginación desbordante comenzaron a convertirse en objetos de culto, y ambos, continente y contenido, dejaron de llamarse discos como una unidad inseparable, para convertirse en «Vinilos» con mayúscula. Hoy, en la absoluta era digital en la que ya ni siquiera los “cedés” resultan objeto de deseo, son el único icono vivo que perdura de una época dorada de la música popular. Es imposible que un “emepetres” y sus bits, sean capaces de transmitir la emoción de los primeros chisporroteos de una aguja de diamante sobre los surcos giratorios previos al acorde rasgado por la guitarra de Harrison, antes de que de la garganta de Lennon o McCartney brotara el esperado “one, two, three, four…” respaldado por las contundentes baquetas de Starr; o cuando la larga escala de acordes de la guitarra-flecha de Dave Davies daba paso a una tarde soleada por la voz de su hermano Ray.

     

Las portadas de estos vinilos son el reflejo de la más variadas tendencias artísticas y han gozado de una libertad impensable en ningún otro objeto comercial, con miles de millones de ejemplares repartidos por todo el mundo y ahora en desuso. No hay destino más triste para ellos que el de terminar desparramados sobre una manta en un mercadillo, descolorida su piel y arrugada su alma por el sol. Tal vez por ese abandono, la cultura popular se ha quedado algo más huérfana y todo lo que se puede comprar como objeto de consumo en estos tiempos, carece de aquel enorme espíritu creativo producto de la fuerte unión entre música, arte y poesía. Esta exposición es un túnel del tiempo que nos transporta a un mundo de fábula y cítara, formas, colores e imágenes que tal vez solo existió en nuestra imaginación por un corto período de tiempo musical.