La edad asusta. Los cambios también. Cuando desaparece la menstruación -y por tanto, la capacidad de procrear- se producen cambios en el funcionamiento del cuerpo femenino, así como también en el mundo afectivo y emocional. Todo esto constituye el climaterio, una etapa a la que muchas mujeres temen por desconocimiento y por preconceptos culturales.
Sin embargo, no tiene por qué ser así, aclara la psicóloga y psicoanalista María de Jesús Imizcoz de Lloret, desmitificando esa visión.
Basada en los conceptos de la reconocida sicóloga y escritora española Ana Freixas, Imizcoz explica que el ser femenino está marcado por tres «emes»: la Menarca (o primera menstruación), la Maternidad y la Menopausia. «La Menarca por lo general se celebra, ya que es el paso de la niña a mujer. La Maternidad es igualmente buscada y celebrada. Mientras que la Menopausia (desaparición de la menstruación) se nos impone desde lo biológico, y si bien es algo natural y esperado, muchas veces genera sorpresa, desconcierto, inseguridad y temor».
Según Imizcoz, «esto se debe a que estamos inmersos en una cultura que sobrevalora lo que tiene que ver con la edad y la belleza como atributos excluyentes para determinadas situaciones. Por ejemplo, conseguir un trabajo, ser socialmente interesante o eróticamente atractiva».
 
Más que madres
Lo que sucede habitualmente es que, por lo general, la mujer centra su vida en torno a la maternidad. Es decir, tiende a priorizar su rol de madre por sobre otros aspectos, como el académico o el laboral.
«De ahí que uno de los desprendimientos más grandes que tiene que hacer la mujer con el paso del tiempo, es el de su rol de madre a tiempo completo. Y entonces surge la pregunta : ‘¿Quién soy? Porque ya no soy la niña, la adolescente o la joven adulta que era y tengo que volver a autonombrarme o autodefinirme y desprenderme de esa mujer que fui, para reconocerme en la mujer que soy hoy’ «. No es un proceso fácil, pero tampoco es imposible, asegura la especialista.
Ella resalta que el transitar humano está marcado por una sucesión de cambios que nos hacen gozar o sufrir, pero que nunca pasan desapercibidos.
 
Desprenderse
«La condición imprescindible para cambiar es poder desprenderse de lo que ‘ya fue’ para poder ser y disfrutar lo que ‘está siendo'», según Imizcoz.
«Para ser protagonistas de los cambios se requieren tres actitudes básicas: aceptación, acompañamiento y protagonismo. La aceptación es reconocer que las condiciones cambiaron y que el presente muestra una realidad distinta a la del pasado. Reconocer también que perdieron vigencia sentimientos, intereses y necesidades largamente sostenidos (por ejemplo, fiesta de 15años versus fiesta de casamiento de la hija). Entender que la vida ‘te corre de lugar’, que no es igual a quedarse ‘sin lugar'».
En tanto que el acompañamiento es la actitud que permite transitar los cambios sin prejuicios, hacia un futuro que no está pautado de antemano. «También significa soportar la incertidumbre de desprenderse de parte de lo conocido, que no es todo, como a veces se teme. Acompañar los cambios es poder pensar que no somos solo lo que fuimos y conocemos de nosotras, sino que hay otras dimensiones posibles de nuestra personalidad que no tuvieron posibilidad de expresarse o espacio para desarrollarse», aporta la psicóloga.
 
Protagonismo
Por otra parte, el protagonismo es un punto de llegada y también de partida: se llega a la posibilidad de asumir nuevos protagonismos luego de aceptar que las cosas no son como eran antes. Incluye la construcción de nuevos espacios, para lo cual es imprescindible desprenderse de lo que «ya fue». «Sin desprendimientos no hay nuevos ‘apoderamientos’. Es decir que, sin soltar lo que aprisiona nuestra mano, es imposible asir otras cosas. Desprenderse del pasado es lo que hace posible tomar posesión del presente pero sin olvidarlo o perderlo; las transformaciones no niegan el pasado sino que lo incluyen».
A criterio de Imizcoz, creer que «desprenderse es perder», hace que quedemos prisioneros en la necesidad de retener el pasado a toda costa, ahogando el devenir futuro que de todas formas es inevitable.
«Este nuevo tiempo –el climaterio- nos plantea la posibilidad de vivir libertades muchas veces postergadas, desde la de poder disfrutar de nuestra sexualidad sin temor a quedar embarazadas, el disponer del tiempo para construir proyectos que no logramos concretar en el pasado, la capacidad de relativizar lo que antes parecía dramático y grave, disfrutar del valor de ser libre de las obligaciones que han desaparecido, de la posibilidad de reencontrarse con uno mismo y mirar internamente cómo soy y qué quiero para mí».
¿Y cómo se puede lograr esto? La sicóloga responde claramente: «Encontrando en nosotras otra belleza, otro lugar, otros motivos y otros intereses. Compartiendo nuestros miedos e inseguridades con otras mujeres y pensando ‘ no soy la única'».
En otras palabras, transitar este momento de la vida como un paso liberador, de un modelo de vida que ya quedó atrás, a otro que nos presenta un enorme abanico de posibilidades que nos irán sorprendiendo a medida que nos permitamos vivirla sin prejuicios.
 
Cambios necesarios
 
-Desprenderse de los hijos crecidos, para posibilitar otro vínculo con los hijos adultos , en un intercambio solidario y no en un intercambio incondicional de madres hijos.
 
-Desprenderse del ideal ilusorio de pareja, para vivir la relación afectiva con la libertad de ser «como una es» y aceptar también al otro «como es».
 
-Desprenderse del protagonismo, en el que la mujer ocupaba el centro de la escena familiar, para construir otro protagonismo centrado en «deseos propios».
 
-Desprenderse de la imposición cultural y social de la «eterna juventud » para cambiar la imagen física y disfrutar de la nueva sin atormentarnos.