El miedo es un ingrediente poderoso que afecta también a toda Emperatriz. De hecho, a lo largo de los años he ido aprendiendo mucho de él. He ido descubriendo sus facetas y su cualidad tanto de freno como de acicate. Es una emoción con la que siempre trabajamos en mis talleres. Un sentimiento presente en cada mentoría y acompañamiento. Una emoción primaria y poderosa.
Recientemente en un libro de Tara Mohr –y ella a su vez a través del Rabino Alan Lew-, descubrí que en la Biblia se habla de dos tipos de miedo: Yirah y Pachad. Una distinción muy útil a la hora de aprender a afrontar nuestros miedos.
Yirah, de acuerdo con el Texto Sagrado, es el “temor divino”, el temor de Dios. Y Pachad es «el temor de lo imaginado o supuesto». Una distinción nada banal cuya comprensión puede allanarte mucho el camino. Te contaré cómo los distingo yo y qué recomiendo hacer con cada uno de ellos.
Yirah es ese miedo grande, como de abismo que se abre ante ti cuando de pronto conectas con aquello que realmente “está para ti”, eso que te entusiasma. Entusiasmo etimológicamente es “dios en ti”, es despertar y encontrar en ti misma tu capacidad creadora. En mí se manifiesta cuando de pronto me siento grande, poderosa, inspirada o inspiradora, “en sintonía” conmigo misma. Es ese miedo al gran espacio que se abre ante mí, a los retos a los que tendré que hacer frente, temor de no estar a la altura.
Pachad, sin embargo, es ese miedo que te hace pequeña, que te encoge por dentro. Yo suelo cantarlo con la canción de los cinco lobitos. Cinco grandes miedos, esos que escondemos detrás de la escoba, pero amamantamos como la loba a sus lobeznos. Su síntoma inequívoco es esa vocecita en la cabeza que susurra miles y miles de “y si…”. Estos “y sis..” suelen evocar las más espeluznantes consecuencias a nuestros actos de arrojo. Yo suelo decir que el culto a “Isis” es rumiar aquello que jamás ha sucedido y probablemente no sucederá.
La Yirah es un miedo que nos impulsa a ir hacia adelante, nos marca un camino, enciende una chisporrotina de emoción que se agranda con cada miedo. Un miedo amigo que nos acompaña cuando realmente hemos escogido el camino que nos marca nuestro yo más profundo y esencial.
Pachad sin embargo es un miedo que hay que aprender a disuadir y tal vez a conquistar. Un miedo que hay que trabajar para conquistarlo o gestionarlo de tal modo que no nos impida avanzar. Son miedos que proceden habitualmente de esquemas aprendidos, de largos momentos de rumiar cada “y si…”, de proyecciones que nunca suceden. Un miedo que paraliza, pero no enciende luz alguna, que se alimenta a sí mismo.
Confío en que estas pistas te ayuden a distinguirlos. Te deseo que puedas cultivar y seguir la senda de Yirah. Que aprendas también a educar a esos lobitos traviesos, a los que es más conveniente sacar a la luz y empujarlos suavemente con la escoba hasta conseguir que no te asusten, sino que te ayuden o al menos sólo acompañen en tu camino.

Marta Arellanomartaarellano

Desarrollo de Personas y Organizaciones

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