Estas últimas semanas hemos podido ver la polémica suscitada alrededor de la copa menstrual, escuchando versiones opuestas sobre la eficacia de su uso. Vamos a acercamos más a este artilugio. La copa se inserta en la vagina, a modo de recipiente, para que allí quede depositado el flujo menstrual y a diferencia de los tampones, no absorbe la sangre, sino que el líquido queda contenido hasta que se extrae de la vagina. Si nos remontamos a sus inicios, aparecen en 1867 de forma muy básica y se comercializan en 1930, ya más elaboradas, pasando por décadas más silenciosas a otras, donde las mujeres empiezan a encontrar beneficios potentes para decidirse a usarlas. La publicidad quizás es escasa, debido a los pocos ingresos que su venta genera.

Entre algunos de sus beneficios, podemos ver que son económicas, ya que duran muchos años. Si son de silicona no propician las infecciones, como puede suceder con los tampones y además no dejan restos de fibras. Son cómodas de usar en cualquier momento de la regla, incluso en el de mayor sangrado y de cara al equilibrio ambiental representan menos desechos que las compresas o los tampones.

Las consideraciones que podrían boicotear su uso, serían que si estás fuera de casa, has de realizar el vaciado y la limpieza en un baño público, que hay que hervirlas para esterilizarlas al final del ciclo, y que hay que aprender a insertarlas y a extraerlas (aunque podríamos objetar, que de hecho, también sucede con los tampones).

Personalmente opino que tendríamos que analizar más factores, además de estas objeciones que enumeran sus detractores, para entender por qué no todo el público femenino las adopta. Podríamos hablar de tabú, de lo que significa que la mujer “se toque por dentro”, de que manipule su vagina, de que se ensucie los dedos. La copa conlleva todo eso y muchas mujeres la van a desechar por motivos que no tienen un argumento sólido, sino que más bien son viscerales, y provocan un rechazo inmediato, debido a creencias personales, aprensiones o bloqueos.

En mi adolescencia recuerdo habernos preguntado entre las amigas, cómo solucionaban las mujeres el tema del manchado, en esas tribus donde se tapaban escasamente los genitales. Después he sabido que en algunas culturas y épocas, se practicaba el sangrado libre, y no resulta tan lejano. Esta anécdota que voy a contar ahora, la he explicado muchas veces en reuniones de mujeres y la sigo encontrado altamente reveladora. En una conferencia que di sobre suelo pélvico a profesionales de la salud, en Mallorca hace unos 10 años, una comadrona ya jubilada, nos contó una historia, después de escucharme decir que tenemos un potencial muscular tan importante, que puede hacer gritar de dolor a nuestra pareja, durante el coito.

La historia es esta: “Me vino la regla a los 11 años, estando en casa de mi abuela que era inca. Me manché bastante y ella me dijo “lo que tienes que hacer a partir de ahora, cuando tengas la menstruación, es contraer fuertemente los músculos y no aflojarlos hasta que puedas llegar al WC para expulsarla”

Esta situación hoy en día, nos puede sonar a cuento chino, en este caso a cuento inca, pero la potencialidad de nuestro cuerpo supera lo que hacemos con él, en muchos casos. ¿Nos podemos imaginar la fuerza necesaria para conseguir lo que esa abuela proponía? Claro que además de necesitar un entrenamiento del suelo pelviano, ya desde la niñez, significa que todo un entorno tribal, nos educara con esa sabiduría pasada de mujer a mujer, de madres a hijas. Lo que si es cierto, es que la libertad de sentir cómo avisa el cuello del útero, de la necesidad de ser vaciado, debe ser una experiencia extraordinaria, pero no la podemos adquirir en un día, ni podemos entender el por qué de esta práctica. Algo a tener en cuenta es que todas esas culturas lo han seguido haciendo por alguna razón, ya que es obvio que tenían y tienen a su alcance cualquier fibra absorbente. ¿Podemos imaginarnos gracias a qué se podía conseguir y lo que beneficiaba?

     Las mujeres hemos perdido sabiduría respecto a nuestro cuerpo. Carecemos del apoyo de la tribu, de los consejos de las mujeres sabias, que al fin y al cabo son las que se basan en la experiencia de todas las generaciones, así que en dirección opuesta, hemos dejado nuestro sangrado mensual en manos de la industria farmacéutica que nos vende compresas y tampones. “Más cómodo … más higiénico ” – estarán pensando algunas mujeres que nos lean. Eso sí, hemos perdido la sensibilidad para escuchar, sentir y dar respuesta a las necesidades de nuestro cuerpo.

¿No sería más normal que este proceso tan íntimo y mágico que acaba apareciendo por nuestras vaginas, fuera un relato materno? Qué bonito sería también reunirse con esa tribu llena de mujeres expertas, conocedoras de ritos ancestrales, que nos llevaran a sentir la libertad en nuestro cuerpo. Para las que hemos estado interesadas, ha resultado un trabajo enorme, adquirir conocimientos de aquí y de allí, que a modo de puzzle, nos han ido configurando.

Quizás empieza a sonar a excusa eso de “como a mi, mi madre no me lo enseñó …” porque de la misma manera que teniendo en cuenta nuestras carencias, hemos superado y establecido en nuestra vida, cosas que no tuvimos, si queremos, podemos aprender, para poder susurrar tesoros a nuestras hijas, para devolverles el control de su cuerpo, para ser las verdaderas protagonistas en cada una de sus etapas, mientras todas juntas seguimos corriendo con lobos.

PilarPonsPilar Pons

Enfermera,Fisioterapeuta y Coach
http://pelvicgarden.com/