No siempre tuve porte de emperatriz. De hecho, me he dado cuenta de que sólo recientemente despliego con donaire mi imperial presencia; sólo desde hace algunos años me comporto como tal.
Tal vez pueda trazar con precisión el momento exacto en el que plenamente consciente me ceñí la tiara: el día que empezó a importarme más mi propia tranquilidad que la vorágine exterior.
A través de mi trabajo he descubierto que no soy la única que, llegado el momento, abraza con deleite la introspección y el silencio, desembarazándose con desparpajo de convenciones y exigencias. Muchas de nosotras al pasar a esta nueva etapa buscamos un nuevo espacio que realmente nos permita desplegar toda nuestra abundancia, expresarnos enteras. Y esto, abarca también nuestra vida profesional.
Hubo un tiempo en que yo también viví camuflada tras unos tacones y una tarjeta de visita. Me embutí en un traje de chaqueta hecho a la medida de mi mercado y me moví con profesionalidad y eficiencia entre objetivos y acciones bien estructuradas. Y de pronto un día, al llegar al vestíbulo de un hotel cualquiera, mi anfitrión extranjero quedó perplejo al verme: fémina sobre tacones... Esperaba obviamente a un “Mr. Martínez” para quien había preparado una agenda de reuniones y agasajos. Al principio me hizo gracia.
Luego me dio pena. ¿Desde cuándo llevaba escondiendo mi sensibilidad y saber hacer de mujer en mi trabajo? Probablemente desde siempre. Me subí al carro del trabajo como quien se calza una corbata. Había llegado a un punto en que me estaba ahogando.
Mujeres valientes y corajudas lucharon durante años por la igualdad formal en el ámbito laboral entre varones y mujeres. Gracias a esas pioneras, nos embarcamos en el mercado laboral estructurado por varones y terminamos asumiendo sus normas. Pero ¿a quién le importó que nosotras hagamos las cosas de forma diferente? Muchos y muy variados pensadores han hablado de la inteligencia múltiple y del hecho de que las mujeres tengamos más desarrollados genéticamente centros neuronales distintos a los de los varones. Simplificando mucho, el varón tendría más desarrollado el hemisferio izquierdo: la linealidad, la planificación, la proactividad, la acción, los objetivos… La mujer, el hemisferio derecho: la conexión, la emotividad, el cuidado, la creatividad, la afectividad… De hecho, a diferencia de nuestros compañeros varones, nuestro “anclaje” energético a tierra se produce desde el chakra 2, el de las relaciones y no desde el 1, el de las realizaciones materiales.
Nuestras escuelas, nuestras empresas y fábricas se han centrado en explotar aquello que los hombres aportaron al iniciar y estructurar el mercado laboral: la inteligencia instrumental y lógico-matemática. Hoy esas inteligencias, como las minas de Babilonia, están agotando sus reservas. Se está empobreciendo el filón, deshumanizando tanto la empresa como la escuela, al dejar de lado vetas tan bellas y necesarias como las mismas que explotaron.
Somos casi la primera generación de “mujeres blancas” que llega a la “jubilación” laboral en España con una preparación como jamás antes las mujeres habían tenido. Llegamos tan preparadas como ellos, pero con unos anhelos absolutamente distintos.
Tengo para mí que al llegar a esta etapa Mesopotámica, las mujeres apreciamos más nuestra propia coherencia que la relevancia social, por eso estamos llamadas a transformar no sólo nuestro mundo, sino también la aportación que llevamos a cabo a través del trabajo.
El Dalai Lama en 2010 afirmó que la revolución llegará de la mano de la mujer occidental. Creo firmemente que esta pulsión de pelear por los anhelos inherentes a la mujer madura, por nuestra forma de hacer y de integrar la realidad, es no sólo una necesidad personal, sino una necesidad social que permitirá la transformación de nuestras empresas, trabajos y escuelas aportándoles ese hacer esencial y especial de las mujeres que hasta ahora no se ha contemplado.
Creo que estamos llamadas a pelear no por la igualdad formal, cada día más cerca y quiero creer que ya en marcha, sino por la “igualdad esencial” en nuestros aportes. Empezar a hacer las cosas como sólo nosotras, sólo tú, eres capaz de hacerlas. Creo que cada una de nosotras, desde su rincón de Emperatriz, tiene la obligación de pelear por ello para sentirse plena, entera y abundante.
Marta Arellano
Desarrollo de Personas y Organizaciones
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