Si hay algo que decir de “FATIMA“ dirigida por Philippe Faucon, que se coló literalmente en el palmarés de los últimos premios Cesar como Mejor película, guion adaptado y actriz revelación (Hanrot), desbancando desde su modestia a películas tan solventes como Dheepan, es que es una película “necesaria”. Una de esas películas en las que sales del cine teniendo la sensación de que has estado mirando por el ojo de la cerradura de la habitación de Fátima, mientras, tirada en su cama, escribe sus reflexiones. Fátima inmigrante marroquí vive en Paris y está contenta con su vida. Trabajando sin descaso haciendo faenas, ha sacado adelante a sus dos hijas, tienen un hogar y comida en la mesa. Pero sus hijas ya no son las niñas que fueron. Sus hijas son dos adultas y “francesas”. Nesrine está empezando la Universidad. Quiere ser médico. Adora a su madre, pero la vida en un humilde barrio periférico se le queda pequeña, quiere vivir en Paris, compartir piso con sus amigas, llevar el mismo ritmo de vida que llevan las demás. Y Fátima, sin dudarlo, se pone a trabajar, más y más. Souad es adolescente, y como todas las adolescentes, rebelde. Y en su rebeldía, en su intento de encajar en el mundo, de pertenecer a una “tribu” en la que sentirse protegida, no solo quiere tener las deportivas más caras, si no que se avergüenza de su madre, inculta, siempre envuelta en el Hyllab, que en veinte años no ha sido capaz de aprender bien francés… Y Fátima, la Fátima que estaba contenta con su vida, la inmigrante que creía que tenía un lugar, empieza a enfrentarse a la triste sensación de que es una ciudadana de segunda, esa madre del colegio que la ningunea, esa burguesa que le regatea las horas de trabajo, ese jefe que no tiene en cuenta su dedicación incuestionable durante años, y la pone de patitas en la calle a la primera falta.
Fátima se agota. Fátima cae por las escaleras víctima de su propio cansancio. Pero Fátima no se recupera. El dolor persiste. Dura y dura. Porque su dolor está en el alma. Porque su dolor parte de la incomunicación en la que esta mujer está encerrada. Por qué el gran amor que profesa por sus hijas ya no es suficiente para ellas. Por que como madre, el mejor trabajo de su vida, ya no está a su altura. Pero Fátima no se rinde. Fátima sabe que ella, que hasta ahora ha podido con todo, también tiene que ser capaz de superar el dolor. Y en marroquí, el idioma que domina, Fátima empieza a volcar sobre el papel todos esos sentimientos de impotencia que le paralizan. Fátima nos habla de sus sensaciones, de su percepción de la realidad de una Francia clasista, que realmente trata a los inmigrantes como ciudadanos de segunda. Fátima descubre en la escritura, en sus palabras simples y en sus pensamientos hondos una vía de escape, una “habitación propia”. Fátima, la película, está basada en el libro autobiográfico de poemas “Prière à la lune” escrito por la inmigrante marroquí Fatima Elayoubi.
Porque nos lo tendríamos que pensar todas dos veces antes de juzgar o minusvalorar a alguien por su origen o su apariencia.
Marta Figueras
Productora de cine.
Delegada de CIMA -Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales
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