Alfredo García Gregorio “La minipausia”.
Ganador 2.º premio Modalidad 2 (situación vivida por otra persona)
I Premio de Relatos cortos de humor “ella y el abanico” en torno a la meno/andropausia.
Recuerdo con una sonrisa el relato me contó Lidia cuando ella y sus amigas entraron en ese nuevo estado del ciclo de la vida. al que ellas llamaban «La Pausia», «El Clima», «La Minipausia», con cuyo nombre habían escrito una canción, que cantaban por sevillanas, tipo “La Minifalda” del Escobar, cuando celebraban algo.
En especial, tengo en mente el caso de su amiga Carmen; la que con más intensidad notaba en sus generosas carnes las acometidas de «El Clima». Tenía que dormir en cuarto aparte de su marido porque, si le venía el acaloramiento, necesitaba exteriorizarlo con ¡Bufffs!, ¡ufffs!, ¡ahhhs! ¡ohhhs! y otras expresiones. Y necesitaba abrir la ventana cuando los sofocos apretaban aunque fuera invierno.
Y si estaban comiendo decía a voz en grito:
-¡Qué viene, qué viene! ¡El abanico! ¿Dónde he dejado el maldito abanico?
Se desabrochaba la blusa hasta la cintura y se abanicaba con lo primero que encontraba a mano: una servilleta, la cuchara, un plato…
-¡Bufff!, ¡bufff! –resoplaba.
Al cabo de un rato, se arrellanaba en la silla como agotada repitiendo:
-¡Ya se fue, ya se fue! ¡Uff, ¡qué alivio!, ¡madre mía, qué alivio!
Su madre le decía.
-Pero qué exagerada eres, Carmencita. Eso es cosa de tu azotea, que no ventila bien. Me han venido a mí esos calores con cuarenta grados segando a mano las laderas de centeno y a seguir segando como si tal cosa. Si es que ahora no soportáis ni el calor ni el frío. A nada que calienta: «¡Qué calor!», y a nada que haga frío: «¡Qué frío!», y si llueve: «¡Qué fastidio con la lluvia!» Como os hemos criado a la sombra, con calefacción y entre cuatro paredes, velay.
A los hijos les divertía ver que su madre se desabrochara la blusa hasta quedarse algunas veces en sostén.
A su marido no le gustaban tanto los calores de la Carmen, que le decía a cada poco:
-Que no Paco que no, que ni me toques, que está la caldera encendida y la chimenea seca.
Eran un espectáculo los calores de Carmen. Todo el barrio los conocía.
Si se encontraba en la frutería y se le había olvidado el abanico (aunque había comprado tres, siempre andaba preguntando por ellos como por las llaves y revolvía el gran bolso renegando de los malditos abanicos) se desabrochaba la blusa diciendo:
-¡Qué viene, qué viene! ¡Y no encuentro el maldito abanico!
Entonces cogía unas hojas de acelga y comenzaba a abanicarse con ellas la cara, el pecho, los sobacos e incluso los muslos (desde que le acometían los sofocos había renunciado a los pantalones), y pasaba de unas partes a otras con endiablada rapidez. Luego, tenía que comprarle al frutero las acelgas porque habían perdido prestancia.
Así es que en casa protestaban:
-¡Otra vez acelgas!
Ella replicaba:
-Las acelgas son buenas, no hacen daño a nadie. Equilibran la temperatura corporal. Tienen vitamina A, importante para tener una piel sana, con propiedades antioxidantes. Mirad, mirad qué piel tenemos todos en esta casa. Somos la envidia de todas la pieles del barrio. También tienen muchos minerales: potasio para cuidar nuestros músculos y el sistema nervioso. ¿No veis lo asentados que tenemos los nervios en esta casa o qué?; magnesio, que favorece el tránsito intestinal. ¿Acaso alguien en esta casa anda estreñido? Si uno anduviera mal de vientre qué cola se formaría en el pasillo para entrar al servicio a aliviarse. Escuchad al vecino de abajo cuando entra al baño, ni las parturientas meten tanto ruido; vitamina C, que mantiene en buen estado huesos dientes y tejidos. –Como todos sonreían les decía-: Miraos, miraos qué dentadura tan sana lucís. Así que no os quejéis. Encima que una mira por vuestra salud… De poco agradecidos está el mundo lleno.
A veces, después de esta defensa acalorada de las acelgas, le entraba tal bajón que se le salían las lágrimas.
-Una incomprendida, eso es lo que es una para vosotros –se quejaba.
Entonces, la hija pequeña, a la que menos le gustaban las acelgas, le decía:
-No te preocupes, mamá, que las acelgas como tú las preparas están buenas y, teniendo tantas propiedades, el que se queje es que es tonto.
La Carmen se secaba las lágrimas y reía diciendo:
-Gracias, pequeña, eres la más agradecida. No como tus hermanos y tu padre, que se mata una haciendo la comida con una temperatura de volcán en erupción, lo comen como si se hubiera hecho sola (con enfado) y no sólo no alaban mis cualidades y sacrificios, sino que se quejan de las acelgas. Pues que sepáis que en esta casa las acelgas van a seguir teniendo vía libre para entrar en ella.
-Bueno, bueno, no es para ponerse así, Carmen –decía su marido con sonrisa escondida-. Todos sabemos que son buenas para los nervios y demás necesidades corporales, y también sabemos que eres una buena cocinera. Lo que pasa es que no vamos a estar diciéndolo a cada poco.
-¿A cada poco? –le repetía enfadada-. A cada nunca, más bien.
-En eso te doy la razón –le decía su madre-: Los hombres nos son poco agradecidos. Son así desde Adán, pasando por Caín y demás gentuza.
Lidia la animaba, le hacía ver el lado bueno de esa nueva etapa.
-Piensa, Carmen, que tiene sus ventajas. Dejas de preocuparte por si te quedas embarazada. No tienes que ir al supermercado a comprar tampones y compresas, que al precio que están no es moco de pavo. Con ese dinero ahorrado, te puedes apuntar al Pilates, al tai-chi y al yoga, nos damos buenos paseos mientras echamos un vistazo a las rebajas…; todo con el consentimiento de los maridos, que quieren seguir viéndonos lozanas y guapas. Así es que hay que aprovecharse y sacar el mayor rendimiento posible a esta nueva etapa, pues ellos suelen ser más comprensivos porque su «Pausia» también los deja tocados.
Carmen le decía:
-Ya pero a los hombres con tanta tetostorona de los cojones que tienen creo que los ataca menos que a nosotras con nuestros jodidos estrógenos.
-No te creas, la tetosterona esa de los cojones que dices también tiene menos huevos –le contestaba Lidia-. Mira lo que nos cuenta la Luisa de su marido, que ya está bien metido dentro de su «Pausia». Dice que tiene muchas más pausas y a veces le cuesta arrancar.
-Pues al mío a ver cuándo le llega; está muy cargante… A lo mejor es que barrunta la llegada y quiere sacar antes el mayor provecho posible.
-No te diría yo que no. Todo tiene su pro y su contra casarse con uno cinco años más joven. Mira las famosas: la Isabel, la Eugenia… Se arriman todas a los bien maduros, por algo será.
-Sí, por algo será, pero por qué será.
-Pues porque va a ser, porque cuando llegan a cierta edad lo que buscan es sabiduría, experiencia en campos que desconocen, protección, comprensión, sosiego… Y ellos, como ya no están par lanzar las campanas al vuelo procuran colmarlas esa necesidad. Basan su relación en la comunicación, entrega, reuniones, viajes, homenajes, actos culturales…
-Pero a qué actos culturales vamos a llevarlos tú y yo a los nuestros si les cuesta ir al cine. Como no sea el fútbol un acto cultural…
-Si lo es el pinchar, maltratar y matar a un animal en la arena, ¿no va a serlo dar patadas a un balón en la hierba? –le decía Lidia-. Lo que tenemos que decirles a nuestros enamorados del acto cultural del balón es que necesitamos más días de sol en la playa para nuestros huesos, que necesitan más recarga de vitamina D para evitar la osteoporosis, porque no desearán que nos rompamos una pierna por escasez de dicha vitamina y nos quedemos cojas.
-Mirado desde ese punto de vista, se puede sacar mucho juego a la entrada en la “La Minipausia».
-Pues claro que sí, Carmencita, claro que sí –le decía Lidia riendo-. Ahora es cuando empieza lo bueno: los hijos están apunto de alzar el vuelo, los maridos seguirán yendo a culturizarse con el arte del balón, bien al estadio, bien al «plus» del bar, y nosotras a lo nuestro: nos apuntamos a talleres de lectura, gimnasias, masajes faciales para cuidar la papada, excursiones, spas con masaje incluido…. No quieren seguir presumiendo de mujeres de buen ver, pues eso cuesta dinero. No todo va ser ahorrar en compresas, tampones, píldoras y preservativos.
Carmen le daba un beso y le decía:
-Tienes razón, Lidia querida. Si ellos quieren seguir echando buche repantingados en el sofá a la vez que sufren por el equipo en que han puesto sus quereres, nosotras a cuidarnos…
-Claro que sí, Carmencita, que ¡viva “La Minipausia!». –Cantaban las dos-;
«Hay quien dice que a los hombres
les gusta la Minipausia,
les gusta la Minipausia….».
-¡Qué viene!, ¡qué viene!, ¡ufff!, ¡ufff!…
-Pues que venga, Carmen, que venga, que ya se irá. Toma mi abanico, que el tuyo andará perdido por el fondo
del bolso.