Maria José Moreno,  “Qué ponerse y qué quitarse a los cincuenta…..los mil estilismos” ..

Ganadora del 1º premio  Modalidad 1 (situación vivida en primera persona) 

II Premio de Relatos cortos de humor “ella y el abanico” en torno a la meno/andropausia.

Aquí estoy en esta edad madura, disfrutando de la efervescencia sabor limón que me proporcionan las tabletas de calcio, última receta prescrita por mi ginecóloga, en esta etapa,  que a veces he pensado que tendría que estar proscrita. Ese suave burbujeo, dentro de mi boca, me ha trasladado a la infancia, a esos domingos en los que gastaba la propina en pajitas rellenas de pica-pica, también a la adolescencia, cuando aparecieron los peta zetas, saltando de mi lengua al paladar produciendo pellizcos de placer. Miedo y deseo, siempre tan cerca. Desde luego las prefiero a las cápsulas de soja, con las que me he dopado durante dos años, intentando mitigar un infierno que me venía de dentro, su cubierta me repetía a cada rato, degustar plástico no es agradable.

Una está tan tranquila, a una temperatura no digamos placentera, pero aceptable para la supervivencia humana,  y de repente entras en ignición, tu cuerpo se pone incandescente, toda tu cabeza se empapa de sudor hasta el último pelo. Me he pasado dos años desmintiendo que me hubiera hecho una permanente con bigudíes. Cabello crespo y humedad, igual a peinado grunge, a veces llegaba a una fiesta con mi pelito planchado, y en los postres me subía el pavo que me había tomado de segundo. Consecuencia: llegaba al café con look afro, todo de lo más cool, que dirían ahora. Estoy por hacer un blog de esos de moda, “Qué ponerse y qué quitarse a los cincuenta, los mil estilismos de la era del abanico”. Hablan del codo de tenista, y, ¿para cuándo un estudio serio sobre las luxaciones de muñeca por abanicarse? Eso sí analíticas no nos faltan, a nuestra edad nos pinchamos más que los yonquis, hace tiempo que me detectaron colesterol. ¡Para dos croquetas que me como al año! Hasta ahora,  para mí, la menopausia y la química han ido muy de la mano, incluso con el aumento de peso. Que digo yo que hacer una dieta también es poner en práctica la química, aunque una sea de letras puras.

He hablado de lo que aparece, fuego, grasa, redondeces, sequedad, cambios de amor, digo de humor. Pero, ¿y lo que desaparece?, en mi caso la palabra deseo; tuve una temporada que busqué en todos los diccionarios a mi alcance su significado, incluso en idiomas que chapurreo o desconozco. Pero una vez pasado lo peor, he descubierto que junto al placer de las pastillas disueltas en saliva, he hallado cierta paz de espíritu que no pensaba recuperar. Dos años subida contra mi voluntad en una montaña rusa emocional, pensé que me llevarían a la locura, después me sumí paulatinamente en una estabilidad pasmada, sufría menos pero disfrutaba poco. No sé si por tanto como había sudado, que me la sudaba todo.

No quiero echar la culpa de todos mis males a la menopausia. Quizá sea un cúmulo de circunstancias y errores vitales. A este cóctel hormonal se unió que mi pareja se adentró en la andropausia, desarrolló de la noche a la mañana el síndrome del camaleón, camuflándose en cojín de sofá. Supongo que todo contribuyó al afloje de la excitación sexual, cuando no imaginativa, porque el sexo es imaginación, y yo que en ese momento tenía la sangre muy caliente, no me veía atraída por un ser de sangre fría. Algo habré hecho mal, tendrán razón los coachings del mundo moderno, hay que avivar el fuego de la pasión para no quemarnos en la hoguera de la desidia. Ahora la belleza, la disfruto con la asepsia de la estudiante de Bellas Artes que toma apuntes del modelo,   inspección distante, sin emoción ni escozor, más bien escorzo.

Juro que no ha sido el síndrome del nido vacío, porque el perro nos vive todavía, eso sí, cualquier día le disloco las caderas, que ya está ancianico el Roco. Para quemar el colesterol, y esbeltecerme,  lo he nombrado sin su consentimiento, mi compañero de caminatas. Los días que me toca, tengo con mi exmarido custodia compartida, noto como que me rehúye, pero ya descansa bastante junto a su amo, que si este perro supiera hablar sabría más de economía y política que cualquier contertulio, y de cine negro más que Garci, y si llega el momento ya le pagaré unas prótesis de cadera al chucho, que para eso no tengo hijos.

Con todo yo estoy esperanzada, creo que con un poco de tiempo, terapia social y alimento cultural regresarán a mí ciertas sensaciones. Lo oigo en mis amigas, y he percibido que esto de la menopausia va por barrios. Para Aura por ejemplo fue una liberación, siempre fue muy creativa y activa sexualmente, dice que no estar pendiente de los métodos anticonceptivos es un afrodisiaco en si mismo.

Marta, acomplejada por la delgadez, genética de espárrago triguero, a punto estaba de ponerse tetas para que le sentaran bien los escotes de pico, como a la Loren, ahora está encantada con sus curvas, los compañeros han dejado de preocuparse por su anorexia ficticia, se ha quitado del wonderbra, y, liberada de estrecheces está con la autoestima por la pamela, ahora se atreve con todo, vaya de cóctel o no, se la coloca cuando le sale del michelín.

Cristina, un pendón desorejado, me duele decir esto porque me considero próxima al feminismo, a ella esta edad caliente le coincidió con que su marido dijo: “voy a dar un golpe de timón”. Harto del matrimonio, cambió su aburrida y gastada convivencia, ya solo tenían en común dos hijos Erasmus, un inmueble,  y el trapo de sacar brillo al suelo, por una compañera de departamento,   patrona de barco,   experta en redes y sexo tántrico. Él, pese a que esto debería llevarlo por dentro, rebosa alegría contagiosa. A Cristina le dio una reacción como de adolescente, se echó a la calle en busca de modelitos que realzasen su figura remodelada, se hizo adicta a los retoques y a los clubs, cambió el trapo del polvo por el polvo mismo. Relaciones fugaces, sexo, humor y lujo son ahora sus metas, yo creo que esto se le pasará, igual que se pasa la pubertad, y no es que me parezca reprobable, pero a veces es la vacuidad misma.

En alguna ocasión he quedado con ella, pero me encuentro como fuera de lugar, he perdido comba en esto del ligue y la seducción como deporte, no digo que no me encantaría encontrar un tío, una noche, o varias, perder el oremus de vez en cuando. Echo de menos esa intensa sensación de dejarse llevar, tener noches locas, sin límites, arrepentirme; es bonito equivocarse, o acertar, necesito recuperar aún cierto grado de ligereza, de espontaneidad, pero eso es una cosa y otra ir todo el día enseñando cacha olisqueando feromonas cual sabuesa en celo obligado.

Voy a dejar que las cosas sigan su curso sin abandonarme, pero no forzándolas, vivir sin pausa pero sin prisa, cuidarme, amarme, buscarme, preguntarme qué quiero, a quién quiero, aprender a decir no, reaprender a decir sí, poner voluntad en encontrar ilusiones. Dadas las estadísticas de mortandad aún me queda casi la mitad de la vida por vivir, no puedo dormirme en los sudores, pero tampoco soy Marcel Proust.

Nada sé de la menopausia de mi madre, ni de mis tías, entonces la menopausia era: se me ha retirado la regla. Abanico a todo trapo, ventanas abiertas, incluso en invierno, un padre resfriado desde el otoño hasta junio y poco más. Qué sufridas eran estas mujeres, o qué sabias, lo tomaban como venía, no se miraban tanto la entrepierna, claro que con mirar como estirar la precaria economía y que todos sus hijos tuviéramos un futuro mejor que su pasado, y todo sin amargura ni rencor, tenían bastante. O, quizá no, porque entonces, lo que les pasaba a las mujeres no les importaba a los hombres, y además avergonzaba, – “esta se ha ido de la cabeza desde que no regla, una neurótica” eso decían, así que mejor callarse y aguantar. Y, ¿cómo será en el tercer mundo? Yo desde mi desconocimiento imagino una liberación, no usar periódicos para empapar las reglas, no arruinarse comprando compresas, no más paños que lavar sin agua, no más vergüenza por los hilos de sangre corriendo por tus muslos hacia la tierra, no ser impuras una semana al mes, no más partos peligrosos y dolorosos, no más hijos a los que no poder dar leche, ni futuro.

Espero desde la serenidad no cerrar ni mi mente, ni mi corazón, disfrutar de la salud si la tengo, del humor si no la tengo, que si no me crecen los pelos, me crezca la sabiduría, la empatía, la generosidad, y me atreva con las noches locas.

Mientras…. abanicos bonitos, sonrisa abierta, amor a mi cuerpo rotundo, y a mi mente convexa o incluso cóncava,  y…. p’alante, con calor, con frío, con calcio, con colesterol y con sangre, sí, con sangre en las venas porque estoy viva, y si algo quiero es morirme viva.

 

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