La transición hacia la madurez muchas veces nos lleva a reflexionar acerca de la relación con esa persona a la que consideramos ya sea en el pasado o actualmente como nuestra «media naranja». La expresión popular se refiere a la complementariedad para tener un todo que debería ser la pareja y que en algunos casos afortunados llega a serlo.

Aquellas personas que a nuestros ojos viven felices en pareja y a quienes mencionamos sin dificultad en conjunto al planear alguna reunión social, nos permiten mantener la fe en que es posible el amor duradero. Son como esas medias naranjas dulces, brillantes y jugosas de vida que endulzan a quienes rodean con sus sonrisas al mirarse el uno al otro, que nos dan el ejemplo de su apoyo mutuo en los momentos cuando uno de los dos pasa por una situación difícil y también son quienes ven a su pareja con orgullo cuando ésta o éste alcanzan algún éxito por más pequeño que sea. Así quisiéramos todos tener una pareja algún día y por ello en muchas ocasiones insistimos en aferrarnos a otro cítrico: un limón partido, ácido y que nos provoca gastritis convencidas de que podría convertirse como por arte de magia en nuestra media naranja dulce.

Los limones pasionales desafortunadamente se parecen por momentos a la naranja amorosa. Nos dan la impresión de ser naranjitas inmaduras que algún día llegarán a ser dulces si tan solo esperamos con paciencia. Pero el limón es limón y nunca se convertirá en naranja. En algunos casos, aun cuando la relación amarga y conflictiva termina, hay personas obstinadas en fantasear con esta idea de que tal vez, con un poco más de calor, con el tiempo suficiente o con los mimos adecuados su limón ácido y partido se habría convertido en su media naranja, por lo que el recuerdo de esa relación pasada les impide seguir adelante, observar y probar con más detalle las relaciones nuevas con la idea de identificar desde el principio que esa nueva persona se vea y se comporte desde el inicio como su media naranja. Cuando una persona madura ya ha vivido una relación pasada y ha aprendido de la experiencia, comprende esta diferencia, descubre casi de inmediato el sabor dulce o el ácido que le ofrece un nuevo candidato a pareja. Si ya tuvo la fortuna de experimentar el tener una media naranja y desafortunadamente la perdió, podrá amar en ese ser nuevo la esencia dulce de la persona amada en el pasado. Si, por el contrario, padeció cotidianamente el gesto amargo y el ceño fruncido que provoca la neurótica acidez del limón, estará preparada para detectar la naturaleza distinta de esta relación para asegurarse de que sea de amor y no de pasión violenta, de codependencia o de triste conveniencia. La sabiduría interior para poder saborear cotidianamente una verdadera relación amorosa puede entonces ser tan simple como recordar al buscar un abrazo esa ronda infantil que decía Naranja dulce, limón partido y escoger desde el inicio para convivir una dulce naranja.

Deborah LegorretaDeborah Legorreta Doctora en Psicología, psicoterapeuta, investigadora, conferencista y consultora de empresas. Autora de los libros : “Las tres es de la mujer exitosa. Eficacia, ética y equilibrio de vida para el nuevo siglo” “La Segunda Adolescencia “bestseller en México y España.  “Los cambios a partir de los cuarenta” y “Vivir Plenamente. Hacia El Equilibrio y la Calidad de Vida” . Profesora titular de la Asociación Mexicana para el Estudio del Climaterio (AMEC). Miembro titular de la Sociedad Mexicana de Psicología, de la Asociación Española para el Estudio de la Menopausia A.E.E.M  y de la International Menopause Society.