Ya a las puertas de la primavera 2016, he entrado en una especie de re-volución que está dejando las cosas “fuera de lugar”. Esto me ha llevado, entre otras acciones, a poner orden en mi casa. Estoy cambiando las cosas de lugar, y no es sólo una metáfora, algunos objetos los he movido, otros los he tirado, regalado, re-ciclado y up-ciclado en fin… mi casa interior clama orden y lo manifiesto ordenando mi casa exterior.

 

Este ritual del orden todas lo conocemos. En esta oportunidad lo acometo como bisagra que me permite cerrar un ciclo y abrir otro. Trasteando y decidiendo qué hacer con cada objeto me he dado cuenta de la cantidad de cosas materiales que acumulamos sin ninguna utilidad aparente, ni tan siquiera la utilidad de ser un objeto bello que alimenta el alma.

 

Son cosas que se van acumulando sin otra función que la de llenar espacios vacíos… espejito, espejito… ¿de qué espacios me hablas?

 

Algunas de nosotras nos volvemos hacia los objetos y bienes materiales en búsqueda de consuelo por pérdidas de diferente especie. Otras veces compensamos las situaciones que nos van mal o cualquier malestar con el “ir de compras”. La pulsión de salir a comprar parece protegernos de tener que enfrentarnos con “algo”. Ese “algo” no tiene concreción ni resulta evidente a simple vista, es “algo” que el ruido parece acallar, el ruido de objetos, colores, volúmenes que llenan vacíos. Los espacios vacíos de nuestra casa interior pretendemos llenarlos con compras materiales.

 

Según la psicóloga jungiana Polly Young-Eisendrath, las tres patologías del deseo material femenino tienen en común las ansias no satisfechas y el vacío doloroso, a lo que añade que si una mujer en la mitad de su vida no tiene un sentido claro de su valía y de sus propios deseos, habrá desarrollado un agujero negro en lugar de un auténtico yo.

 

Éstos agujeros se convierten en espíritus hambrientos, esos que nunca terminan de satisfacerse, esos que nos demandan y hacen sentir su constante y tortuosa insatisfacción: “no me gusta el pelo”, “quiero cambiar de casa”, “tengo que rebajar unos kilitos”, “no me gusta mi trabajo” “él es bueno peeeroooo…..”, “”si yo tuviera dinero…..” y miles de expresiones que harto conocemos.

 

Son muchas las posibilidades a nuestro alcance con qué llenar estos agujeros insaciables de contenidos. Por ello tenemos que poner atención y no ser tan ingenuas como para ignorar que el mercado de ofertas está lleno de sucedáneos con el fin de aliviar, aunque momentáneamente, estas carencias. La fugacidad del sentimiento de haber resuelto el vacío es clave, pues siempre querremos más y, por supuesto, el mercado estará dispuesto a ofrecernos siempre algo apetecible.

 

Si bien autosostenerse materialmente en una exigencia para nuestra soberanía, hay una delicada diferencia entre ganarse la vida y ser una “Materal Girl” una “chica material” como cantaba Madonna.

 

Esa diferencia radica en que autosostenerse permite la sana satisfacción de los deseos, el deleite de tener cosas que “me puedo comprar”, mientras que la compulsión de tener que comprar nos hace dependientes. Esto ocurre cuando “ir de compras” se convierte en un ritual per se, entonces es hora de levantar la oreja y poner atención en el asunto.

 

De hecho, las “Rebajas” nos vienen como anillo a los diez dedos de las manos, por si acaso me falta uno, me llevo diez… en definitiva es atarse a los deseos basados en la vacuidad.

 

Mientras sigo llenando bolsas de basura y pensando qué hacer con ciertos objetos, me permito hablaros desde mi experiencia, y os animo al sano ejercicio de “darse cuenta” desde qué intención compro, pues ello es una puerta de entrada a un camino de autoconocimiento. Caminar deliberadamente al margen de las “ofertas”, “rebajas”, modas, tendencias y demás que el mercado impone, es un desafío particular para las mujeres en esta sociedad de consumo salvaje.

 

HORTENSIA CARRERHortensia Carrer
Psicoterapeuta y analista jungiana.

www.hortensiacarrer.com