Cuando abrimos un libro nos transportamos a mundos extraordinarios que nos alejan de la rutina, dejamos que nuestra imaginación vuele a otras realidades,  nos metemos en la piel de otras existencias que, aunque nada tengan que ver con la nuestra, pueden conseguir que nos reflejemos en ellas.

El protagonismo femenino, no siempre está representado por la juventud y la fertilidad, —aunque estos sean atributos incuestionables—: una mujer es mucho más que un cuerpo joven o una fábrica de óvulos. Son muchos los autores que dan cuenta de ello. Traigo a este respecto, una novela cuya lectura no nos dejará indiferente, se trata de: «La carne», de Rosa Montero.

La protagonista: Soledad, despechada porque su amante, —más joven que ella—, la ha abandonado para volver con su esposa que además, está embarazada, contrata un gigoló para que la acompañe al estreno de una ópera de Wagner en el Teatro Real de Madrid. Sabe que asistirá también el ex amante junto a su mujer, y ella arde en un irracional deseo de darle celos, o al menos, de que la vea junto a un hombre espectacular.

El día del estreno coincide con el sesenta cumpleaños de Soledad, que haciendo honor a su nombre, siempre ha estado sola. Nunca ha necesitado una vida convencional a la que aferrarse y ha llegado a la sesentena viviendo cómo ella ha elegido; trabajando como organizadora de exposiciones culturales en museos y bibliotecas.  Aun consciente de lo absurdo y arriesgado que puede resultar contratar a un gigoló (además de caro), se lanza a ello. Las cosas se van complicando, y lo que iba a ser sólo para unas horas: un episodio aislado en su vida, se convierte en una trama en la que se entrelaza la pasión, el riesgo, y el inesperado desenlace final.

Soledad vive una experiencia singular con un hombre más joven y, lo hace sin temor y sin arrepentimientos. Las páginas del libro están repletas de escenas eróticas escritas con elegancia y realismo, pero con un punto de crudeza. Porque siempre que una mujer mayor tiene una historia con un hombre más joven, flota en el ambiente el fantasma de lo grotesco. Algo que no ocurre cuando es el varón el que dobla la edad a la mujer.

Sin embargo, el gigoló, se siente profundamente atraído por Soledad, fascinado por ella, como si el problema de la diferencia de edad no le incumbiera en lo más mínimo. Si bien, no es solo la edad: la diferencia social y cultural causa un profundo contraste entre los amantes. ¿Pero a quién le importa eso cuando se está metido en el remolino de una pasión?.

Y es que como dice Rosa Montero en «La carne»: Nunca se sabe cuando será la última que la gente hace algo que le importa. Porque el cuerpo, además de humillarte deformándose y arrugándose, acaba cometiendo también la crueldad suprema de matarte.

Creemos que estas cosas solo pasan en las novelas, pero no: la realidad supera muchas veces la fantasía. Si se llega a la menopausia en una etapa vital estable, agarremos la fantasía para que la estabilidad no nos conduzca al aburrimiento. Si las hormonas nos abandonan en plena crisis existencial, volvamos a creer en la ilusión, o al menos no rechacemos de plano vivir inusitadas experiencias.

Pero, ante todo, no dejemos de luchar por dar sentido a nuestros días… porque, al fin y al cabo: ¿Quién sabe cuándo será la última vez que vivamos algo que de verdad nos importe?

 

ROSA MORENO

Ginecóloga