Nacida en Pamplona de padres gallegos, Jenny Novoa pasó la adolescencia en Suiza y a los 25 años se instaló en el barrio de Poble Sec de Barcelona, donde se casó con un hombre de origen argelino y tuvo dos hijos. A sus 55 años, esta dependienta de una tienda de ropa infantil participará en el desfile de «mujeres reales» que organiza el Fòrum Dona i Menopausa, que se celebra este viernes y sábado en el CaixaForum de la capital. Sus reflexiones evidencian lo infravalorado que está el conocimiento derivado de la experiencia cotidiana frente al académico.
Fuente: http://www.elperiodico.com/es/amp/noticias/opinion/cincuentanera-transmite-belleza-sabiduria-5617126
-¿Cuál es su vivencia de la menopausia? A mí la regla se me retiró muy pronto, a los 46 años y, aparte de los sofocos, no tuve otros síntomas. Lo que sí noto es que antes comía como una lima y estaba normal y ahora hago dieta toda la semana y, si el fin de semana salgo a comer, engordo tres kilos. Es así y ya está. No puedes estar igual a los 50 que a los 20. Sí, soy menopáusica, ¿y qué? Es una etapa más de la vida.
-Veo que lleva los 50 estupendamente. El trauma lo tuve a los 40; incluso la palabra «cuarentona» es peyorativa. En cambio la cincuentañera está en la juventud de la madurez y transmite la belleza de la sabiduría adquirida con los años. Y también la alegría. La gente se preocupa por chorradas y no se da cuenta de que lo importante son los buenos momentos con la gente que quieres.
-Entre otras ventajas, a esta edad muchas madres vuelven a tener tiempo para ellas. Yo no paro de hacer cosas, pero sin estresarme. También recuperas la relación de novios con tu pareja. Nunca he dejado de trabajar, pero mi prioridad (y la de mi marido) han sido los hijos. Yo les he dado amor y ellos ahora me devuelven amor; les he dado tiempo y ellos me devuelven tiempo. A fin de cuentas, lo que dejamos a los hijos son vivencias.
-Lleva el gen de la emigración en la sangre. Ser emigrante te hace crecer como persona porque convives con gente muy diferente. Me da mucha rabia cuando alguien dice: «Hay que ver lo bien que se ha adaptado tu marido, no parece un inmigrante». ¿Adaptarse? Él siempre ha sido igual: una buenísima persona, como toda su familia que vive en la Kabilia [norte de Argelia]. ¿Es que existe un prototipo de inmigrante? ¿O de musulmán? ¿O de argelino?
-¿Cómo le conoció? Tenía 25 años, me había instalado en Barcelona y acompañé a una amiga que había quedado con su novio argelino en la Rambla. Yo ni siquiera sabía dónde estaba Argelia, pero junto al novio de mi amiga había un chico guapísimo que transmitía bondad. Era Kamel.
-En los años 80 los enlaces entre católicos y musulmanes no eran tan habituales. Vivíamos en Poble Sec y los únicos extranjeros eran mi marido, un marroquí y un filipino. Pero yo me enamoré de una persona, no de una cultura ni de una religión.
-¿Cuál el principal valor que ha querido transmitir a sus hijos? Que sean buenas personas. Siempre les he dicho: «Podéis tener 50 carreras pero si no sois educados no iréis a ningún sitio, en cambio si no tenéis carrera y sois educados iréis a todas partes».
-Se valoran los másteres, no la bondad. He insistido a mis hijos para que estudien, pero no lo que supuestamente tiene más salida o da más dinero, sino lo que les guste, porque si no puede ser muy frustrante. Los dos han salido creativos: a la mayor le gusta escribir y al chico, la música.
-Aquí eso apenas da para vivir. A nuestra sociedad le queda mucho por avanzar en la manera de ver la vida. Un país que no fomenta la cultura y la investigación está abocado a la ignorancia. ¿De qué vamos a vivir? ¿Del sol? ¿Vamos a ser siempre camareros?
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