La soledad puede ser una bendición o una tortura, según se viva. A raíz de mis charlas y talleres, me llegan muchos mails de mujeres de más de 40 que se sienten solas. Me cuentan que están atrapadas en su soledad. Se ven así mismas aisladas como si un tremendo cristal les impidiera acercarse, percibir y disfrutar de todo aquello que hay detrás de él si lo traspasas: un mundo lleno de colores, un mar de posibilidades y de vida.

Muchas de estas mujeres están en la menopausia, que suele coincidir con el síndrome del nido vacío porque los hijos –si los hay- ya no necesitan de sus cuidados y se alejan del hogar familiar.

También en este periodo está vigente el duelo por la juventud perdida y, con este trance biológico que es la menopausia, se hace más patente algo a lo que nuestra sociedad vive de espaldas: el hecho de que tenemos fecha de caducidad. Lo que estas mujeres no perciben –aún– es que la soledad puede ser el primer paso para vivir la libertad con mayúsculas, para aprender que cada una de nosotras podemos llegar a ser nuestra mejor compañía y que en la menopausia, cuando ya no tenemos que estar tan pendiente de los demás ni del afuera, podemos sentirnos más dueñas de nuestra vida que nunca.

Liberarte y cuidarte
Sin ánimo de menospreciar a quienes padecen la soledad, sino de ayudarlas a aceptarla, la soledad puede presentar también una cara muy enriquecedora y creativa. De entrada es un estado que facilita el autodescubrimiento y la búsqueda de nuestro propio placer, libres de las determinaciones externas.

Nos puede enseñar a practicar un sano egoísmo, algo a lo que las mujeres estamos poco acostumbradas. Nos libera de tener que responder a las expectativas de nadie y, aunque parezca paradójico, la soledad nos acaba acercando más los demás porque nos permite valorar mucho más la compañía del otro.

¿Cuántas veces es en soledad que nos regodeamos del gran amor que nos despierta nuestra pareja o un amigo, un hijo? Es una distancia respecto del otro que resulta sanadora de las relaciones. Puede ser la ocasión de desear mejorar la calidad de la comunicación que mantenemos con los seres queridos. En este sentido, los talleres de mujeres en las que éstas comparten sus experiencias y aprenden a expresarse y abrir su intimidad, constituyen para mí un auténtico bálsamo.

Como explica la investigadora Louann Brizendine en “El cerebro femenino”, la biología contribuye también notablemente a despertar este sentimiento de soledad que, a larga, nos puede enseñar a ser personas más independientes. A medida que se acerca la menopausia nuestra manera de contemplar el mundo va sufriendo importantes alteraciones.

Esta neuropsquiatra norteamericana señala que en la perimenopausia los ciclos erráticos de estrógeno, progesterona y testosterona nos llevan a centrarnos en conseguir sobrevivir a las importantes subidas y bajadas emocionales. En la menopausia, cuando los niveles de estrógeno bajan y ya no tenemos nada de progesterona, es frecuente desarrollar el interés por conservar la salud y aumentar nuestro bienestar, pero también se despierta el deseo de asumir nuevos retos.

Más adelante aún, en la posmenopausia, la oxitocina baja y hay más tranquilidad. Entonces –sigue Louann Brizendine- nuestros circuitos son menos reactivos al estrés y la mujer se centra más que nunca en hacer lo que ella desea. Junto a la bajada de oxitocina, se apaga su interés por cuidar a los demás.

En el mismo libro, la autora recoge distintas historias de pacientes algunas tan extremas como la de Sylvia que le dice a su marido: “Eres adulto y yo ya he terminado de educar a los niños. Ahora me toca vivir mi vida”.

Practicar un juego diferente
Es cierto que esta transición no resulta sencilla y sé que la soledad puede llegar a generar mucho sufrimiento. Pero la vida no es lo que nos ocurre, sino lo que hacemos con lo que nos ocurre.

Goethe decía: “En la vida las cartas están echadas, pero cada uno puede hacer con ellas un juego diferente”. Toda esta crisis también puede contemplarse como el inicio de un buen proceso. Es como si las hormonas orquestaran una nueva liberación de la mujer que en esta especial etapa surge de su interior para manifestarse en el exterior.

Algo que no siempre es bien aceptado por quienes la rodean que esperan de ella que siga cuidando, protegiendo y tirando del carro del día a día. Es como si nuestro cuerpo nos diera un pequeño empujón para ayudarnos a decir: “¡Basta! Ya he vivido bastante por obligación, ahora toca vivir por placer y hacer cosas por devoción y dar rienda suelta a la pasión”.

Nos hemos identificado durante mucho tiempo con la necesidad de aprobación, de complacer, de cuidar, de conectar con el otro, de identificarnos con las necesidades de nuestros hijos… Pero como afirma Louann Brizendine sobre las mujeres que se adentran en la menopausia, “la cambiante química de los cerebros femininos es la causa de la modificación de la visión del mundo que se registra en sus vidas”.

Y este hecho puede vivirse como una pérdida o como una oportunidad para aprender y desarrollar aún más nuestro potencial. Puede ser el momento para descubrir nuevas aficiones, afrontar nuevos retos y gozar de una soledad que resulte saludablemente creativa.

¿Cuántas veces nos hemos sentido más solas que nunca estando rodeadas de una multitud o estando en pareja? Esta soledad resulta mucho más dolorosa que cualquier otra. Y es que a veces la soledad más algo externo es un estado mental que surge de nuestra “incapacidad” para salir de nuestra jaula mental. Nos hemos quedado atrapadas por nuestros pensamientos y no podemos contactar con nadie. De ahí el inmenso valor de aquel amigo o amiga que tiene el poder de tendernos la mano para ayudarnos a salir de este aguguero en el que nosotras mismos nos hemos metido.

La soledad posibilita el descanso, el recogimiento, la ausencia de presión, el cultivo de aficiones (hacer ejercicio, leer, escribir, pintar, escuchar música… )… Elementos todos ellos que enriquecen a la persona y por ende las relaciones que después ésta es capaz de establecer. En psicología se distinguen entre dos tipos de soledad dolorosa: la soledad emocional o ausencia de una relación intensa con otra persona que produzca satisfacción y seguridad; y la soledad social, que supone la no pertenencia a un grupo que ayude a la persona a compartir intereses y preocupaciones. Pero cada una de nosotras puede hacer mucho para erradicar estas creencias de no pertenencia aprendiendo a expresar a los demás aquello que siente –sea bueno o malo, adecuado o inadecuado-, y encontrando un buen equilibrio entre los ratos que se pasan en soledad y aquellos que se comparten.

 El biólogo Humberto Maturana asegura: “La soledad es una experiencia que tiene que ver con la fantasía de la compañía. Una persona que está adecuadamente integrada en su quehacer, que está en armonía con su vida, porque su vida tiene sentido, nunca está en soledad solo o acompañado. En cambio el que no tiene esa relación de armonía consigo mismo se sentirá solo aunque esté acompañado”.

 Y tú, ¿te atreves a romper el cristal de la soledad?

 Recursos que positivizan la soledad:

Tú eres tu mejor compañía. Para vivir la soledad de forma positiva conviene de verse a una misma como la mejor compañía.

Una buena oportunidad. Ten en cuenta que la soledad es una oportunidad para descubrirte y contactar contigo mismo y tu mundo interior. En definitiva te permitirá conocerte mejor.

Un mundo de nuevas actividades. Aprovecha la soledad para realizar actividades solitarias como leer, pintar, hacer deporte… y otras que te gusten.

Evita la autotortura. La soledad no es el momento para auto-torturarse con pensamientos negativos. Ten en cuenta que es un momento pasajero que puede servirte para hacer cosas que no haces normalmente. No lo vivas como algo impuesto.

Investiga. Ve al cine sola, come sola, viaja sola y aprovecha los momentos de soledad para realizar diferentes actividades que sueles hacer siempre en compañía para investigar cómo te sientes.

Crea relaciones de calidad. No te rindas y busca espacios en los que el tiempo que compartes sea de calidad. En nuestra sociedad parece que la intimidad y la expresión de nuestras inquietudes más profundas da cieto miedo. Pero si te atreves a dar el primer paso, esto les da el permiso a los demás para hacer lo mismo.

Escribe un diario. Te ayudará a expresar lo que sientes, a sentirte más acompañada en tu soledad y a verte a ti misma con más cariño.

Silvia Diez

Sílvia Díez

Escritora, filósofa y terapeuta gestalt.

Co-autora de la novela “A solas, la aventura de vivir”

www.silviadiez.com