Los estrógenos son la hormona femenina por excelencia. No sólo intervienen en nuestra fertilidad sino que ocasionan “efectos colaterales” en otros órganos de nuestro cuerpo, y marcan nuestro día a día. Cuando suben y cuando bajan… Porque, nos guste o no, las mujeres somos seres “estrógenodependientes”.

La mujer está marcada a lo largo de su vida por su condición reproductiva: desde la pubertad, periodo durante el cual los ovarios ponen en marcha de forma gradual su ciclo y comienzan a producir estrógenos, hasta la menopausia, cuando el agotamiento de folículos ováricos disminuye la creación de estrógenos de 7 a 8 veces, pasando por la edad fértil, en la que ovulamos cada 28-32 días debido a un subidón de esta hormona en sangre.

Supuestamente durante la etapa fértil de la mujer, los estrógenos nos protegen, cuidan la masa ósea, el sistema cardiovascular… Pero esos picos ovulatorios y el repetido ciclo menstrual a muchas mujeres les ocasiona una autentica perturbación. Molestias abdominales, mamarias y, muy especialmente, alteraciones psíquicas y/o cambios de carácter, son de tal intensidad que interfieren en el desarrollo de las actividades cotidianas o deterioran las relaciones interpersonales.

El 60-75% de mujeres mayores de 35 años experimentan el síndrome de tensión premenstrual. Síntomas físicos como hinchazón abdominal, hipersensibilidad mamaria, cefalea, calambres musculares, palpitaciones, pesadez o hinchazón de piernas, dolor pélvico… Y síntomas emocionales como: intolerancia, hostilidad, depresión, cansancio, indecisión…. Se apoderan de nosotras unos pocos días todos los meses. Un precio caro por perpetuar la especie…

Y entre los 45 y los 55 años llega la menopausia. Tras esto, el cese definitivo de producción de estrógenos, que nos deja de nuevo desprotegidas. Y aparecen los “malditos sofocos” porque las neuronas que regulan a los ovarios se encuentran muy próximas al centro de termorregulación. Pero además muchas volvemos a padecer irritabilidad, depresión, ansiedad, melancolía, pérdida de la concentración, insomnio

Después de todo esto nos podemos considerar unas supervivientes. La buena noticia es que una dieta equilibrada, la práctica de ejercicio y beber mucha agua, nos ayudan a minimizar estos efectos. Pero recordad que si los síntomas son incapacitantes o alteran seriamente nuestra calidad de vida debemos acudir al ginecólogo para que nos ayude a paliarlos.

Fuente: Centrada en ti