La conocida actriz colombiana Margarita Rosa de Francisco nos deja esta reflexión sobre la feminidad, el arrepentimiento y porqué no es malo arrepentirse de nuestras acciones o decisiones.

Fuente: http://m.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-16746492

Hay quienes orgullosamente dicen que no se arrepienten de nada. Yo me arrepiento de muchas cosas, aunque mis errores siempre me terminen llevando a aprender algo, hasta el punto de convencerme de que incluso las equivocaciones son perfectas en este extraño orden al que a veces llamamos destino.

Por ahí escarbando en entrevistas veo que me repito diciendo “me arrepiento de haberme dejado faltar al respeto”. Creo que si de algo hay que arrepentirse es de elegir situaciones indignas, y, como mujer, he optado torpemente por ellas en unas cuantas ocasiones frente a los hombres.

Parte de la misoginia de nuestra cultura está en que a las mujeres se nos haya inoculado, como por vía intravenosa, esa especie de resignación a nuestra suerte de víctimas, nuestra pobre suerte de blanco frecuente de agresiones y señalamientos solo por el hecho de ser las designadas por la naturaleza para salvaguardar el pesado tesoro que es la humanidad. No puede haber una carga más insoportable y maravillosa que esa, pero en la misma proporción ocurre la implacable vigilancia sobre nuestros actos desobedientes.

Los pecados propios de las mujeres, pues somos las únicas putas y las únicas que abortamos, se castigan con más dureza por las autoridades morales.

Yo me arrepiento de haber obedecido algunas veces la ley histórica y soterrada que nos ha obligado a las mujeres a odiarnos a nosotras mismas. De no ser así, no nos seducirían hombres que nos hablan a los gritos y pegando puños en la mesa, hombres que se jactan de acostarse con nosotras, que nos pegan y nos ordenan servirles, no bailar con otros hombres, renunciar a nuestras profesiones; hombres que nos exhiben como una prueba de poder, hombres que nos juzgan porque no queremos ser madres de sus hijos, hombres que nos aseguran que no somos lo suficientemente inteligentes.

Yo me arrepiento de no haberme arriesgado más temprano a corroborar mi verdadero valor como persona y como mujer. La culpa de esto no la tienen los hombres, porque gracias a esta misma vida, los hay amorosos y nobles, pero si no desobedecemos aquella ley maldita, no los encontraremos nunca aunque los tengamos cerca.

En la psiquis femenina vive el referente masculino que escogemos para proyectar ahí lo que amamos o detestamos de nuestra esencia. Arrepiéntanse, pues, mujeres, si no lo advierten antes de elegir con quién pueden ser felices.