Leer la historia que cuenta Lluna Vicens en Mercancía robada estremece tanto por la veracidad de los hechos a los que se refiere, como por la maestría y calidad de su escritura.
Pocas veces una novela transmite con tanta intensidad una experiencia vital, y lo hace sin perderse en descripciones innecesarias ni reflexiones personales, solo con «la fuerza de la narración intensa, directa y sincera de una autora de la que vamos a oír hablar durante mucho tiempo (José María García Sánchez)«.
Una historia que arranca con lentitud, que se demora en los detalles de una cotidianeidad casi naif o ingenua, y que no anticipa el horror que estallará más adelante. Ese horror, lejos de ser un condimento inherente a toda novela negra, empuja al lector al vacío.
A mí, al menos, me generó una empatía que atribuyo a una prosa que, en contradicción solo aparente con lo que narra, huye del efectismo. Una prosa contenida como el aliento de quien se interna en una habitación oscura que sabe habitada por alguien o algo amenazante (Guillermo Orsi).
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