Con frecuencia, en los cursos de BAE (Búsqueda Activa de Empleo) y en los seminarios que imparto a mujeres para su empoderamiento económico, me encuentro con un elemento común a varones y mujeres: la sensación de inutilidad y de exclusión.

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Decía Harold Searles que “De las experiencias humanas, tal vez la más devastadora pueda ser la de la inutilidad.” Sentirnos inútiles no para nosotras (o nosotros), sino para los demás, nos daña en lo más profundo. Esta sensación azuza la lengua afilada de nuestro crítico interno, de nuestra “Charlatana”. Desde donde yo lo siento, este sentimiento de improductividad, de inutilidad nos lleva a sentirnos excluidos. El mundo camina sin mí… Y yo no consigo subirme al carro.

“La exclusión -decía Bert Hellinger– es lo peor que hay para nosotros. Al revés, nuestro mayor bien es la pertenencia.” Sentir que PERTENECEMOS, que formamos parte de algo es inherente al ser humano. En algún otro post he afirmado que preferimos el maltrato a la ausencia de trato, y no es una cuestión privativa de las mujeres, sino un elemento crucial del género humano. Somos seres sociales y desde los 7 años hacemos cualquier cosa para ser aceptados, para pertenecer.

Sentir que pertenecemos, que caminamos con otros, que podemos sumar nuestro esfuerzo al esfuerzo común para conseguir algo, para contribuir a mi propio sustento y el de los demás, es una carencia cuando la persona lleva mucho tiempo en desempleo. Da igual si se ocupa de todos los recados del patio de escalera, si se hace cargo de sus nietos o nietas siete días en semana, o si le sube la compra a la vecina del 9 que está impedida… Esos favores de amigo y de familia no suelen “contar” cuando hablamos de “contribuir” desde la perspectiva de una persona que lleva largo tiempo en desempleo, y yo creo que forman parte indispensable de esa estima propia tan necesaria para abordar y relanzar nuestra carrera profesional.

Desde mi experiencia, es imposible abordar desde esa sensación de exclusión e inutilidad ninguna empresa, ningún camino, y mucho menos la búsqueda activa de empleo. Para buscar empleo, para abordar un emprendimiento, para iniciar un camino profesional (reanudarlo, reinventarlo o renovarlo), es imprescindible recuperar primero la sensación de utilidad y después la de pertenencia.

Por eso, si conoces a alguien que esté en esa situación, o si tu misma lo estás, te recomiendo estas tres sencillas acciones que suelen ser de gran ayuda.

  1. Escoge tu “look”: píntate, maquíllate, peínate como tu héroe o heroína profesional más admirada. Sonríe como lo haría ella sintiéndote al mando. Repite la acción todas las veces que sea necesario. Siente que estás trabajando cuando estás haciendo cualquier tarea: pasear al perro, hacer la compra, cuidar del hijo, la madre, o de la nieta… Siente cómo contribuyes al bienestar de los demás y paladea cómo contribuyes con ello al tuyo propio. Sácalo del ámbito de lo privado y apúntalo en el haber de la contribución al colectivo.
  2. Apunta y escribe todas las cosas que haces por los demás. Y en la intimidad de tu cuarto… “ponte medalla!” No hace falta airearlo, sólo sentirlo como trabajo, como contribución, como “trabajo” más allá del afecto que todo lo da sin pedir nada a cambio. Pídete a cambio el reconocimiento personal e intransferible a tu labor.
  3. Y si no haces nada por nadie… (o si te sobra tiempo) Apúntate a un voluntariado. El que sea, el que más te llame, el que antes te acepte… Abraza su causa, súmate al mundo de otros para que ellos te sumen al suyo.

Nos han educado para detectar con enorme rapidez los fallos, los errores, lo que está mal, lo que no funciona. Nos educaron -al menos a mí- en la cultura del esfuerzo y del “provecho común” que hace que valga la pena vivir con nosotras. Pero cuando te encuentras solo o sola y aislado de los demás, es difícil que los otros te digan lo mucho o bien que estás haciendo las cosas… Además, ¡seguro que no les creerías! Por eso, rebate esa voz que te machaca la cabeza con datos: apunta, apunta y comparte… Agradece cada día las ocasiones que tienes de hacer algo con o para los demás y así irás entrenando el músculo de la pertenencia, de la inclusión, de la utilidad y con él, el de la autoestima.

Decían los mayas que está escrito el momento exacto en el que nuestra energía entra en este mundo, y también el momento en el que se va… Entre un momento y otro, todas las energías son necesarias, la tuya también. El mundo necesita esa energía tan tuya, tan genuina y especial como tú, atrévete a lucirla, a reconocerla en ti, a detectar por qué te hace tan especial y verás como las cosas cambian.

Marta Arellamartaarellanono 

Desarrollo de Personas y Organizaciones  

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