Muchos de nosotros vivimos pegados y apegados a los bienes materiales, tecnología y… a las personas. Quizás deberíamos practicar más el desapego, filosofia del budismo, que permite alcanzar la felicidad y vivir el aquí y el ahora.

Fuente: http://centrodelcoaching.es/desapego/

Un hombre hizo un largo viaje para visitar en una ciudad remota a un sabio del que todos hablaban. Cuando llegó a su casa se sorprendió al ver la vida austera que llevaba en una casa humilde sin apenas muebles y solo con unos cuantos libros. El viajero, extrañado, le preguntó: ”¿Dónde están sus muebles?, y el sabio le respondió: “¿Y los tuyos?” , “¿Los míos? – Se sorprendió el hombre- “¡Pero si yo estoy aquí solamente de paso!“, “Yo también…” – concluyó el sabio.

¿Es una condición indispensable practicar el desapego para ser feliz?, o, al menos, ¿para ser más sabios? Oímos hablar cada vez más del desapego y filosofías tan contundentes como el budismo lo proponen como una de las vías para llegar a nuestra ansiada felicidad.

Normalmente –por cuestiones culturales y lingüísticas- asimilamos su significado con personas que practican el desprecio, o son “lejanas” emocionalmente. Desapegado se dice de alguien que tiene poca relación con su familia, o que no demuestra con profusión el cariño a su pareja, pero la dualidad apego/desapego significa muchas más cosas.

Se podría decir que el apego es una especie de capricho emocional, de encadenamiento con una cosa, persona o situación determinada, todo por creer que sin “eso” no es posible ser feliz.

Nace por un lado de la no aceptación de la “impermanencia” de las cosas: Hasta nosotros mismos nos creemos inmortales gran parte de nuestra vida y nos da miedo pensar en la muerte como un hecho que demuestra finalmente que no somos infinitos. También nos cuesta pensar que cuando algo o alguien nos gusta, estará con nosotros el tiempo que toque, pero luego desaparecerá y cuando lo meditamos, lo hacemos desde el dolor que puede suponer esa pérdida, así que anticipamos la carencia sin que ésta haya sobrevenido.

Por otro lado surge de nuestra propia inseguridad porque cuando la sentimos, nos apegamos a las cosas o a las personas y lejos de resolver nuestra angustia, esta vuelve a crecer por ese susto creciente ante la pérdida.
El desapego no es sinónimo de dejar de amar a una persona o de dejar de sentir la necesidad de una cosa, es simplemente que si fomentamos nuestra autonomía seremos capaces de no angustiarnos por ese previsible futuro, emoción que habitualmente vicia nuestras relaciones con las personas y con las cosas.

El Budismo nos revela que el apego es el producto de una conciencia de pobreza, que se centra en los símbolos. La vivienda, la ropa, los coches y los objetos, son símbolos transitorios, que vienen y van. Perseguir esos símbolos equivale a “esforzarse por atesorar el mapa, pero no disfrutar del territorio.” El problema radica en que identificamos la seguridad con las posesiones de cosas materiales, volviendo a poner de manifiesto nuestra inseguridad porque la tranquilidad que pueden darnos es efímera. Quienes buscan la seguridad, la persiguen durante toda su vida, sin llegar a encontrarla. Lo habitual es simplemente una cárcel que construimos a nuestro alrededor con el condicionamiento anterior. No contempla ninguna evolución y, cuando no hay cambios, hace acto de presencia el caos y la decadencia, como nos sigue recordando el budismo.

Ya desde un lado casi terapéutico los apegos pueden llegar a ser muy dañinos en nuestra vida cotidiana. Un excesivo celo con los hijos los convierte en seres incapaces de resolver los problemas por sí mismos y a los padres, en miedosos patológicos por la posible pérdida. Por otra parte pueden aparecer patologías neuróticas “celosas” al intentar poseer a la persona deseada.

Respecto a las cosas también tenemos apegos neuróticos (cuando perdemos por ejemplo el teléfono móvil- que en nuestros días casi es peor que perder el alma- se nos genera un estado de ansiedad cercano al dolor) por pensar que todos esos accesorios nos crean una campana de protección y lo curioso es que no nos damos cuenta de que lo que creemos que nos protege nos está creando una barrera que impide relacionarnos con autenticidad.

El desapego no implica que renunciemos a nuestras metas, no renunciamos a la intención sino más bien al interés por el resultado. Vivimos el aquí y ahora y apreciamos lo que nos ocurre, lo que nos acompaña, sin tener expectativas futuras. Esto que puede parecer un detalle pequeño en realidad es una verdadera transformación en nuestro carácter y en la forma de entender el mundo.

Para iniciar ese difícil camino del desapego no debemos buscar fuera de nosotros las cosas que nos hagan felices. Conectar de manera más intensa con nuestro yo interno nos hará crecer en confianza y nos ayudará a dar la dimensión real a lo que nos sucede y, sobre todo, ser conscientes de que las personas y las cosas simplemente nos acompañan:

“Todas las cosas a las que te apegas, y sin las que estás convencido que no puedes ser feliz, son simplemente tus motivos de angustia. Lo que te hace feliz no es la situación que te rodea sino los pensamientos que hay en tu mente…”