Muchas veces nos quejamos, queremos cambiar las cosas y culpamos al exterior, en vez de pensar que quizás nosotr@s podamos cambiar y mejorar las cosas. Este fantástico artículo nos da las claves.

Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/cecilia-alvarez-correa/quiere-cambios-cambie-usted-119108

Hay consenso entre filósofos y líderes espirituales en lo que Descartes precisa en una frase que dio origen a lo que se conoce como la filosofía de la mente: “Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas, una vez en la vida”. En otras palabras, desaprender para aprender. Esta práctica no es común ni fácil.
Nos enseñaron desde pequeños que para ser felices, las demás personas deben cambiar. Permanentemente pensamos “si mi mamá fuera así”, “si mi mujer fuera más cariñosa conmigo”, “si fulano no hubiera sido elegido presidente”, “si mi jefe no me rechazara”. Así, nos pasamos los días señalando cómo deben cambiar los otros, pero poco invertimos en observarnos y transformarnos nosotros.
La primera vez que hice esta reflexión fue en el marco de una conversación entre un ‘swami’ y una amiga que se quejaba ante él de todo lo que acontecía en el mundo: guerras, violencia y agresión. El monje le contestaba cada frase de la misma manera, con dulzura pero con firmeza: “¿Quieres cambiar el mundo? ¡Cambia tú!”. En esas dos últimas palabras se encierra uno de los secretos de la vida: cambiar yo. Hacer pequeños actos diarios diferentes a los que aprendimos, y, si los resultados nos llevan a una vida mejor, convertirlos en hábitos, después en costumbres y finalmente volver a modelar el carácter.

Es esa observación interna hacia nosotros, y no sobre los otros, lo que permite una vida sin violencia. Hay las prácticas del hacer y las del no hacer. Tratarlas por un día nos indica individualmente en dónde estamos parados frente a lo que tanto criticamos. Qué tal un día sin hablar mal de nadie, o sin juzgar a nadie, sin ponerle el epíteto de fea, bruto, gritón. Qué tal un acto de generosidad al día. Qué tal ayudar a alguien que nos está necesitando y a quien evadimos por pura pereza. Es difícil, pero es que tratar de cambiar a los demás no solo es frustrante y deprimente, sino imposible.
El mundo exterior es el reflejo de la mente. Cada vez que veamos caos afuera, tomémonos unos segundos para mirar qué tan caótica está nuestra mente. Las respuestas pueden ser aterradoras. Generalmente, cuando alguien piensa que los demás deben ser amables, quien debe ser amable es él mismo. El obstáculo más grande en estas reflexiones individuales e internas son los pensamientos y actitudes aprendidas.
Estamos acostumbrados a ser gobernados por el ego; a que si me insultan, insulto; a exigir y no a dar, a etiquetar a la gente. Sin embargo, creemos que nosotros siempre estamos del lado bueno o “de los buenos”. Esta forma de pensar y de actuar es supremamente violenta y nos hace padecer hasta volvernos adictos al sufrimiento. Así que si usted es de los que quieren cambiar el mundo, le tengo una buena noticia: sí se puede, comience por usted y con pequeños actos. Pero deje de soñar que los demás son los que deben hacer o dejar de hacer. Eso solo produce miseria. La felicidad está al lado suyo, pero no llega en automático. Hay que desaprender y hacer.