A lo largo de sus infinitos viajes, Fernando Sánchez Dragó ha ido haciendo acopio de toda una panoplia cambiante de pócimas mágicas y mejunjes de alquimista que ha ido afinando con el andar del tiempo, abandonando unos, descubriendo otros nuevos, hasta configurar lo que él mismo ha dado en llamar «mi elixir de la eterna juventud», y que no duda en proclamar y compartir con los lectores en sus diversas columnas en prensa. Hasta hace poco tomaba una media de setenta pastillas diarias, casi todas de productos naturistas a la venta en herbolarios, farmacias o a través de internet. Muchos de los brebajes sobre los que ha escrito a lo largo de estos años se han quedado arrumbados al fondo de la rebotica en favor de nuevos hallazgos. El «elixir», pues, ha ido sufriendo una decantación progresiva y está sujeto, incluso en la actualidad, a perpetuo cambio. Algunos de sus componentes, sin embargo, permanecen por sus virtudes incontables e indiscutibles. En El sendero de la mano izquierda (Martínez Roca) y Kokoro. A vida o muerte (La esfera de los libros) describió sucintamente la composición de ese elixir misterioso, antesala de un libro en el que profundizaría en la premisa del corpore sano iniciada con la de la mens sana de El sendero de la mano izquierda.
Ese libro, tantas veces anunciado, se publicó el 7 de septiembre. He aquí el texto de su contraportada:
2 de octubre de 2016: el autor de este libro cumple ochenta años y explica en él cómo se las ha apañado, genética aparte, para alcanzar tan provecta edad con ímpetu casi idéntico al que tenía en su juventud. Nadie discute la asombrosa vitalidad que lo caracteriza. Sigue hoy, con la misma energía, en la brecha por la que ha transitado desde que se guarda memoria de él: literatura, periodismo de trinchera y de columna, programas de libros en televisión, cursos, conferencias, viajes, lecturas, amistades, enemistades, amores, amoríos, escándalos sin voluntad de malicia y hasta un hijo menor concebido a una edad en la que los varones suelen ser abuelos o, incluso, bisabuelos. Shangri-La es un lugar ficticio descrito en la novela de James Hilton Horizontes perdidos. Por extensión, el nombre se aplica a cualquier paraíso terrenal, pero sobre todo a una utopía mítica del Himalaya: una tierra de felicidad permanente, aislada del mundo. En la novela, las personas que viven en Shangri-La son casi inmortales. De ahí que exploradores y aventureros intenten hallar ese paraíso. Búsquenlo los lectores en esta obra sui géneris, que es, como todas las de su autor, novelesca, filosófica, autobiográfica, transgresora y, en esta ocasión, sanadora. En ella revela Dragó todos los secretos de su tantas veces anunciado y largamente esperado elixir de juventud.
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