En cualquier etapa de la vida de la mujer, sea adolescente, fértil o ya mayor, descubriremos algo que admirar, algo que alabar o algo que imitar.

No existen menopáusicas sino mujeres tan maravillosas como cualquier otra que se encuentren en otra etapa de su vida, sea la adolescencia, en la juventud o en el embarazo.

Debemos sustituir el término menopáusica, porque ha sido empleado frecuentemente con carácter peyorativo y con ribetes de un machismo insultante.

También el hombre cuando envejece adquiere una serie de defectos corporales tanto o más acusados que los de la mujer.

A nadie se le ocurrirá criticar al jefe de cualquier colectivo laboral, quien en una explosión de malhumor injustificado, tildarle de prostático o histérico (¡!!). Lo que acabo de escribir, no pretende ser un mal chiste sino que refleja una realidad cotidiana; nos alecciona sobre esta calificación de la menopáusica, atribuyéndole cualquier salida de tono, nerviosismo, o simplemente demostración de mando aunque las circunstancias lo exijan, a su condición de menopáusica.

La menopausia es por lo tanto una etapa más de la vida plenamente llena de las mujeres.

Es obvio que la ausencia fisiológica de la menstruación es un hito en la cronología de la mujer que va ligado al concepto de envejecimiento. Si los hombres tuviéramos este biológico recuerdo, quizá la prepotencia de género de algunos, se vería notablemente matizada.

Cuando aparecieron los primeros medicamentos correctores de la disfunción eréctil en el varón, era frecuente la consulta de angustiadas mujeres que por efecto de la menopausia, tenían dificultades mecánicas, locales, por falta de lubricación y de elasticidad vaginal para conseguir unas relaciones sexuales gratificadoras que un “potente” pero medicado compañero, sexual les exigía con el ardor del joven.

La despreciativa frase, digna de juzgado de guardia, “mejor te cambio por dos de 25 años”, no solo era una vulgaridad intolerable, sino que era el exponente de una relación hombre-mujer establecida sobre parámetros que nada tenían que ver con la palabra amor.

Aquella mujer que probablemente había abandonado su posible independencia económica para dedicarse plenamente a su familia y al marido, veía que aquel rol que había cumplido con tanta dedicación, no era apreciado como ella esperaba.

Si su pareja cumplía años y aparecían las primeras canas, le daba un aire “más interesante”. Ella por el contrario, el signo capilar del pasado de los años, debía borrarse en la peluquería.

La moda con su constante canto de juventud, tampoco ayuda a la mujer que envejece, pues no es infrecuente que las hijas, se conviertan en severas críticas del atuendo que una madre intenta, con el vestirse, deseosa de aparentar una juventud que aunque su espíritu sea joven, su entorno familiar se empeña en ignorar.

Según mi opinión, todavía me parece más injusta, la situación, de no pocas mujeres que con esfuerzo y sin permitirse ninguna frivolidad económica, consiguen dar sus hijos una educación que ellas no tuvieron, el precio que lamentablemente reciben de los hijos/as que logran un ascenso social y una situación económica holgado, en vez de mostrar un reconocimiento, incluso llegan a avergonzarse de sus progenitores, ocultándolos a la nueva sociedad en la que han ingresado.

Estas y tantas otras frustraciones, las puede sufrir la mujer en su etapa menopáusica.

Otro escenario, es aquel en el que la mujer que llegado a aquel momento de su vida, en que era lógico pudiera disfrutar de un merecido descanso, se debe enfrentar al pesimismo existencial de unos hijos sin trabajo, sin un claro porvenir laboral, que desearían ser independientes y que lógicamente se rebelan contra la sociedad que les niega esta opción. Los padres pero principalmente ellas, con su asertividad, abnegación y cariño, intentan paliar los daños que una sociedad en crisis, se ceba también con los jóvenes. Algunos, afortunadamente los menos, reaccionan culpabilizando a los padres de las lacras sociales tales como la corrupción , el paro, la insolidaridad como si sus progenitores fueran los causantes por pertenecer a generaciones anteriores.

Los ginecólogos/as, que tratamos a pacientes en su menopausia, no solo debemos ocuparnos de sus huesos, sofocos o problemas del suelo pélvico, sino que debemos ver a la paciente en su menopausia, como una demostración de la absoluta interrelación de la psique y del cuerpo y procurar aflorar todas las posibles frustraciones, angustias, stress, que pueden subyacer, enmascarando una sintomatología que aparentemente orgánica tiene un trasfondo psíquico.

DexeusProf. Santiago Dexeus

Director del SOMDEX Ginecología

Clínica Tres Torres Barcelona