Tengo para mí que es el lenguaje el que crea mi mundo. Según me lo cuento, le pongo palabras y creo de este modo el mundo en el que vivo. Por eso después de una fiesta hay tantas versiones distintas. Por eso si cambio las palabras, cambia el cuento…

 Llevo décadas traduciendo y escribiendo, amasando y paladeando el gusto por la palabra exacta, esa que expresa con certeza y precisión un estado de ánimo, un matiz o sutileza. Sin embargo desde que comencé a transitar por esta etapa de «Mujer Blanca» siento que necesito reinventar el lenguaje. No encuentro vocablos, ni siquiera en la riqueza del castellano, que expresen lo que siento, la transformación que se está produciendo en mí, la sutileza del camino, los matices de su paisaje.

 Tengo la sensación de que todas las palabras relacionadas con las etapas de la mujer y su fertilidad terminan por asociarse a patologías en algunos casos, o a palabras malsonantes en otros... Y como para mí no es ni una patología ni un mal son, utilizo la creatividad fonética para crearme un nuevo diccionario. He desterrado de mi uso cotidiano palabras como perimenopáusia, menopáusica, climaterio, sofoco… Y otras lindezas, sustituyéndolas por palabras nuevas que me posicionan en un lugar mucho más amable y atractivo. Más acorde a cómo me siento.

 Desde donde yo lo vivo, esta nueva etapa que inauguré hace ya siete años es una especie de nueva adolescencia: se me revolvieron las neuronas, me cambia el cuerpo y el carácter y necesito encontrar nuevamente mi lugar en mi mundo. Será ésta mi tercera adolescencia. Decía Charles Chaplin que «nunca es tarde para tener una infancia feliz, y la segunda vez sólo depende de ti.» Yo he decidido hacer de ésta una nueva adolescencia feliz.

 Trabajo acompañando mujeres en su desarrollo personal y profesional. Me interesa enormemente cómo las mujeres abordamos esta etapa. Porque hay muchas claves comunes, no sólo el lenguaje sino en muchos casos la educación, la estima propia, cómo hemos ido integrando cada etapa de nuestros ciclos, la inquietud vital que de pronto se despierta.

 He encontrado muchas mujeres en esta etapa Blanca, que viven abatidas comparándose con un pasado propio inexistente, mientras se exploran como quien hace el chequeo a un coche viejo que ya ni siquiera tiene plan PIVE. También las hay que celebran la libertad del sexo sin complicaciones, quien lo vive como una liberación, o en silencio, como las hemorroides, quien lo interpreta como algo al margen de sí misma, «sólo del cuerpo», e incluso quien lo califica como tortura… Cada mujer lo vive desde un lugar diferente, y por eso les/os animo a que creen su propio diccionario para contarse y contar su mundo y su proceso. Compartirlo nos ayudaría a crear un diccionario común, a acompañarnos en el camino.

 Yo por mi parte celebro cada día y cada cambio mirando hacia el frente, evitando esa muletilla del «es que yo antes…» Soy consciente de que no soy la misma de hace diez minutos, todo cambia.

 En mi diccionario de Mujer Blanca no estoy menopáusica, sino Mesopotámica. Y me siento Emperatriz de mi propio Reino, exploro mi cuerpo como quien conquista un nuevo planeta. Indago en una sexualidad distinta, me sorprendo con los nuevos estímulos y sensaciones de mis sentidos, miro al mundo desde un lugar diferente. Y saco mi abanico con donaire de Emperatriz ante la atónita mirada del respetable.

 Incluso profesionalmente he sentido la urgencia de transformar mi actividad y el aporte que con ella hago a la sociedad. Ya no necesito «producir», ahora necesito compartir mi experiencia… Somos muchas las que sentimos esta misma pulsión. Y sé que no es lo mismo abordarla desde un relato de palabras feas que desde la escalinata regia de un Imperio Próspero.

 En Mesopotamia la Mujer de alto rango tenía un papel muy importante, aprendían a leer y escribir, eran Reinas y Diosas. Dueñas de su Reino. Como lo somos nosotras, Blancas, Regias y Mesopotámicas, conquistando este nuevo Reino del cambio constante.

Te invito a compartir y a mirar el mundo como yo, desde la escalinata blanca de tu condición de Emperatriz Mesopotámica. Verás cómo cambia el cuento.

Marta Martínez Arellano_DSC0876.jpg copia

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