El método de Fernando Sánchez-Dragó no es esa amalgama de frases vagas propias de la autoayuda que tanto detesta sino una útil sucesión novelada de datos, dietas, sexo, sustancias y anécdotas.
Fernando Sánchez Dragó resulta controvertido hasta cuando duerme. Le da exactamente lo mismo. Ha llegado a los 80 años gozando de una vitalidad muy poco común merced a haberse conducido con libertad toda su dilatada trayectoria. Hoy quiere compartir la sabiduría aprendida en Shangri-La, el elixir de la eterna juventud (Planeta). Su método no es esa amalgama de frases vagas propias de la autoayuda que tanto detesta sino una útil sucesión novelada de datos, dietas, sexo, sustancias y anécdotas. Él asegura que le funciona. Y basta oírlo hablar para darse cuenta de lo convencido que está.
El elixir no se compone solo de una serie de complementos para ingerir sino de una forma de conducirse por la vida. ¿Estaría la libertad en lo más alto de la pirámide?
Libertad, sentido común y sentido del humor. Son tres ingredientes filosóficos cuyo nexo, no envejecer, se compone de tres líneas de fuerza: la genética, que se cuida con las cosas que tomo; un estilo de vida para el que se necesita claridad (saber qué está bien y qué está mal) y fuerza de voluntad y la tercera es carácter, la manera de encarar la existencia. La suma de estos tres aspectos componen la eterna juventud. Naturalmente esto no significa inmortalidad sino que mientras estés vivo, seas joven.
Dedica muchos párrafos a la alimentación. ¿Qué le pasa por la mente cuando afronta un plato: descomponerlo químicamente o disfrutarlo?
Mi libro es un canto a la libertad, no soy un integrista. Es cierto que a estas alturas casi puedo descomponer químicamente lo que como y sé que si me zampo un chuletón de buey ingiero sustancias nocivas para la salud. Los cátaros decían que al hombre justo todo le está permitido y como creo que yo soy justo, me como un chuletón si me sale de los cojones. Cómo voy a ser yo vegetariano si casi nací en Soria, donde destetan a los niños con torreznos. Soy juicioso y puedo hacer cualquier cosa mientras no sea un exceso.
En el punto más alto de la curva de ingredientes para su elixir ha llegado a tomar 70 pastillas diarias. ¿En cuántas estamos ahora?
Ahora menos, desde que pasé por una clínica antienvejecimiento estoy en unas 40 al día. Salvo dos, todo es parafarmacia y herbolario, suplementos vitamínicos, sustancias que he ido descubriendo en zocos, mercadillos y bazares. Ese es el origen de mi elixir: cuando comencé a vagar por Asia en mi época de hippie, como soy un cobaya, iba probándolo todo. No recomiendo nada que no haya verificado en mí mismo, sería inmoral. Este elixir me va bien a mí, cada uno debe adaptarlo luego a su propia naturaleza.
Afirma que los directivos de la Organización Mundial de la Salud deberían ser procesados y la entidad, disuelta. ¿Qué crimen concreto les atribuye?
Deberían ser disueltas todas las organizaciones internacionales que son herramientas útiles a quienes trabajan en ellas. Yo las conozco bien. Trabajé como traductor en la FAO y sé lo que se cuece, prebendas y sueldos que ríete de los diputados en España. Un ejemplo: aquella famosa gripe aviar por la que deciden que hay que vacunar a todo bicho viviente. Los Gobiernos del mundo, incluyendo el español, se gastan millones del erario público en adquirir vacunas que luego ni siquiera ponen. Al final, se revela que no era tan grave y ya casi se ha desvanecido. Son instrumentos de cohecho y prevaricación.
Escribe un decálogo explicando por qué los gatos son tan interesantes como compañeros saludables.
El libro que más sale de mi corazón de todos los que he escrito es Soseki, inmortal y tigre. Cuando murió fue el mayor golpe de mi vida; lloré más por Soseki que cuando murió mi madre. Puede sonar a barbaridad pero mi madre llevaba diez años con demencia senil; en realidad era lo mejor que podía ocurrirle. Mi gato murió de sopetón y porque yo lo conduje involuntariamente a la muerte. Fue brutal. Estuve meses llorando.
El sexo tántrico, que tanto le interesa, retiene la eyaculación. Pero leo en su libro que otros recomiendan eyacular 21 veces al mes. ¿En qué quedamos?
El tantra es una técnica de meditación dificilísima, de élite. Se trata de caer en un trance de meditación a través de técnicas que pueden o no ser sexuales. El hombre y la mujer deben convertirse solo en ser humano, borrar las diferencias entre eso que llaman los géneros. El hombre no puede eyacular indefinidamente porque cuando eyacula pierde energía. La mujer no; no pierde energía biológica con el orgasmo sino cuando ovula. Así, su capacidad orgásmica es infinita. Se trata, en suma, de no perder energía y de ahí lo de retener la eyaculación.
¿De qué modo es útil esa energía? ¿Cómo puede emplearse?
Si el hombre no la pierde durante el coito, esa energía, que está enroscada en el coxis en forma de serpiente Kundalini, va subiendo de chakra en chakra hasta alcanzar el de la coronilla y ¡zas! te fundes con el universo. Ese éxtasis está al alcance de muy pocos. Ahora se ha trivializado y el tantra está por todas partes, como el sushi.
Dice que viaja con un par de medias en la maleta y afirma: “Tampoco le hago ascos a ponérmelas yo mismo. Siempre me ha atraído el travestismo”. ¿A solas o en pareja?
En pareja. La sexualidad me acompaña desde que nací. Cuando tenía 6, 7 u 8 años recuerdo que iba a rebuscar en la cesta de la ropa sucia la lencería de las criadas. Siempre me ha gustado eso. Es un homenaje a las mujeres, no he encontrado ninguna a la que no le gustara que yo me pusiera medias. Ojo, no pueden ser pantis. En los viajes, por si tengo la suerte de conocer a una chavala simpática, me llevo las medias porque hoy casi ninguna las viste. Normalmente se las pongo a ellas pero si tengo que ser yo, me las pongo. Ni Cialis ni Viagra ni nada de eso: medias con liguero. Mano de santo.
Tiene mérito conseguir que una periodista se desnude en el libro de otro reconociendo el mucho sexo que ha practicado con el autor.
Mi relación con Anna Grau es la relación emocional, cultural, espiritual y carnal más fuerte que he tenido en mi vida. No ha escrito ese texto porque le caigo simpático. Es una historia de amor, un camino del corazón que arropa el libro. Como la novela La tía Julia y el escribidor pero al revés. Anna señala que Vargas Llosa y yo somos los pichabravas de la literatura en español.
Usted se define como ácrata. ¿Por qué cree que cae mejor a la derecha que a la izquierda?
Porque la derecha tiene instinto de libertad. La izquierda es una secta del cristianismo. Yo entré en el PCE en la época de Franco porque quería correr aventuras y la única a mi alcance era esa. Destaqué en la universidad, fui un pequeño héroe del antifranquismo: cinco procesos, siete años en el exilio… Si fuese Luis Alberto de Cuenca no pasaría nada por lo que digo, pero yo para la izquierda soy un renegado, alguien que ha estado en la Última Cena con Jesús y es un traidor. No me lo perdonan. No te imaginas lo que viví en el PCE, era la catequesis de María Inmaculada.
Dice que la jubilación convierte a la persona en zombi. Deme algún consejo para una persona que no lea tanto como usted pero sí esta entrevista.
Que siga haciendo lo que ha hecho toda la vida. O que haga otra cosa: pintar, escribir un libro, lo que sea, pero que no se quede cruzado de brazos, que no se vaya al bar de la esquina a jugar al tute cada tarde o se momifique frente a la tele. Que no se retire de la vida. Ser joven significa hacer cosas. El mundo se divide entre los que hacen cosas y quienes dicen que van a hacerlas. Estos últimos son viejos.
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