Nos preguntábamos el otro día si enamorarse de un hombre frisando en los 80 años es un milagro… Reconózcaseme al menos que es un acto de fe. ¿Se acuerdan de la Tía Julia, la de Mario Vargas Llosa? Cuando la Tía Julia cuarentona camino de la cincuentena, se apercibe de que ha despertado, y cómo, la pasión de su sobrino entonces insultantemente joven (las vueltas que dan la vida y la literatura…), tiene un lúcido movimiento de pánico.

Se ve a sí misma tirada en la cuneta de la menopausia en cuanto a su Varguitas se le pase el calentón. Le confiesa a él esta angustia. Varguitas reacciona como todo un hombre, como un lorquiano gitano legítimo: le importa un rábano. Julita suspira hondo pensando en su cantada soledad futura. Y zanja con una de las frases más nobles que ninguna heroína de novela haya pronunciado jamás: “Prométeme cinco años. Por cinco años de felicidad, hago yo esa locura”.

No hay seguros de vida en el amor. Bien es cierto que, si se inventaran, habría gente de la que las compañías aseguradoras huirían como alma que lleva el diablo. Andaba un día yo lamentándome de ciertos handicaps muy molestos en mis relaciones con FSD… Y va él, se me queda mirando atónito y me dice: “¡Ya me gustaría a mí que las cosas fueran tan sencillas para ti y para mí como para Romeo y Julieta!”. Casi me caigo de cabeza del balcón y nos ahorramos dos actos de la obra.

Al margen de que Vargas Llosa, Dragó y otras pichas bravas de la literatura puedan pensar que ellos con poner el genio y el palmito ya cumplen (Madame Bovary, c’est moi!…), y que la empatía y la congruencia ya las pondrás tú, digamos que yo estaba lo bastante familiarizada con el montaje del director como para entender el mensaje de su película: que ojalá tuviéramos ambos la tierna edad de los dos amantes de Verona, ciertamente libres de cargas y de responsabilidad, sin otra preocupación en el mundo que el suicidio.

  Enamorarse de un hombre más de tres décadas mayor que tú es un reto. Enamorarse de Peter Pan es otro reto. Pero, ¿qué pasa si por lo que sea los dos retos se superponen? ¿Si resulta que te has enamorado de un Peter Pan de casi 80 años?

 Como creo haber dado a entender en el primer texto mío acogido a la hospitalidad de este libro, al principio te lo pasas netamente pipa. A una edad en que muchas empiezan a conformarse con que el novio, el marido o eso que en el sofá subyace críen chicha y mando a distancia, tú te ves succionada y catapultada por un glorioso tornado intelectual, emocional y sexual. This is not Soria anymore! Es como correr delante de un incendio no para extinguirlo, sino para propagarlo. ¡Más madera! 

Pasado cierto tiempo acusas cierto stress y te pueden asaltar ciertas dudas. Por ejemplo: ¿hasta cuándo aguantaré yo este ritmo? Y sobre todo, ¿hasta cuándo lo aguantará él? Una especie de Síndrome de la Tía Julia pero al revés empieza a helarte discretamente el espinazo…y, para acabarlo de arreglar, llega un día tu Peter Pan con el jubiloso anuncio de que:

  1. Ha conocido a un doctor de una clínica antienvejecimiento que “está hecho un toro porque moja pan en testosterona como si fuese nocilla y es un hombre-cobaya como yo, le gusta probarlo todo, a ver qué pasa”…
  2. La cobaya de bata blanca, encantada de haber conocido a la cobaya de calzas verdes, se propone medirle los telómeros, que al parecer son el chivato de la VERDADERA edad biológica, y hacerle (¡incluso hacernos a los dos!) no sé cuántas pruebas de esto y de lo otro que en resumen miden la resistencia a la oxidación y a la vejez, las expectativas de juventud más o menos eterna o razonable…

Y yo que sonrío toda modosa y morbosa, pero la procesión va por el ínterin: glups. ¿De verdad quiero saber eso? ¿De verdad quiero saber cuánto me, nos queda en el convento? ¿Más o menos de los cinco años que reivindicaba la Tía Julia?

Llega la impostergable hora de la verdad. Acudimos a la Clínica. Conocemos al doctor, ( de ahora en adelante llamado Varoufakis).  Peter Pan llega había llegado antes que yo, como suele, entre otras cosas porque nunca espera a Wendy ni a nadie. Al llamarle yo al móvil para prevenirle de que ya le alcanzo me corta raudo: “no puedo hablar ahora, estoy en pleno test neurocognitivo”. Como excusa para eludir el diálogo de pareja es la más original que le he oído hasta ahora. Pero hete aquí que a mí también me están esperando con una batería de pruebas de memoria, coordinación, acción y reacción, capacidad de procesar esto y lo otro…

Me han dicho que vaya con un sostén sin aros (que me he tenido que comprar expresamente, dado mi tenaz apego a la corsetería vintage…) y en macabras ayunas para la analítica. Por no hablar de los ojos como platos, y las ojeras como ensaladeras, porque tanto FSD como yo nos hemos pasado las 24 horas anteriores al chequeo chupando unas torundas de algodón que hay que empapar de saliva con áspero rigor militar. Baste decir que en el turno de las doce de la noche y en el de las TRES y las SEIS de la mañana se exige babear en la pura tiniebla, para que ninguna luz ni blanca ni azul ni amarilla vulnere la pureza de la muestra.

“¿No os podéis ir a dormir al cuarto oscuro de algún fotógrafo amigo?” proponen los de la clínica, dicharacheros. Servidora opta por mascar algodón con la cabeza metida debajo de las sábanas, igualito que cuando de niña me quedaba leyendo en la cama con una linterna a escondidas de mis padres. No doy detalles de cómo lo soluciona FSD.

El chequeo avanza implacable durante horas y horas. Te toman fotos en pantalón corto (a FSD en calzoncillos) de frente y de perfil que recuerdan a los mugshots de la policía. Te miden la capacidad pulmonar y el alcance cardiovascular y la deambulación y la capacidad de poner la espalda recta sin que te salga una giba y escudriñan si estás deprimido o triste, si malduermes y si biencomes, si bebes la suficiente agua o si te hidratas a base de hojas de lechuga (como FSD y como los hámsters), si tus hormonas están a setas o a rolex, si haces deporte o el paripé.

Empiezo a entender a esas señoras que se van a pasar la tarde a la Seguridad Social. Es bonito ver a alguien ocuparse de ti tanto rato seguido. Varoufakis, se me antoja un musculoso arcángel de la guarda, o un personal trainer de valquirias. Me felicita por mi flexibilidad y me regaña porque según él podría tener más fuerza en las piernas…¡yo, que me paso el día y la noche subiendo escaleras y andando cuesta arriba! Él y su ayudante, me enseñan una especie de amasijo amarillo repugnante, algo así como un alien disecado: pretende representar sólo medio de los tres quilos de tejido graso que a su juicio sobran en mi cuerpo.

Yo chillo indignada: ¡oiga, que a mí todo el mundo me dice todo el rato que estoy buenísima! El doctor sonríe y aprecia, pero ni calla, ni otorga: “tu peso es normal, es bueno, pero la correlación de fuerzas entre el tejido magro y el graso es subóptima”. ¿Subóptima?

¿Qué puñetas significa eso? “Pues que estás perfecta para cualquier médico convencional… pero no para mí”. Porque resulta que él aspira al non plus ultra de la excelencia física. A la supermanía y a la superwomanía sin fisuras. Hala.

¿Se me va entendiendo cuando digo que se ha acabado el postureo, que esto es la hora de la verdad pura y dura? Al mismo FSD se le demuda la color y se le arruga la chulería. Varoufakis, no es el Capitán Garfio pero puede llegar a meter miedo. Aquí no nos vale con parecer estupendos o con aparentar diez o hasta veinte años menos de los que pone el DNI. Aquí o estás de verdad como una rosa, por fuera y por dentro, por arriba y por abajo, o te lo dicen y échate a temblar. ¿De dónde y por dónde nos va a venir el guadañazo?…

Arrastrando disimuladamente los pies vamos tal día a recoger los resultados. Hay datos interesantes. Y hasta humillantes. Ejemplo: yo estaba satisfechísima de mi test neurocognitivo (“buenísimo, buenísimo”, me frota el lomo muy contento el doctor…) hasta que atisbando por encima del hombro me percato de que FSD, 31 años mayor que servidora, me iguala en todo y hasta me supera, el maldito, en algo en lo que jamás me había superado nadie, en ninguna prueba ni examen: ¡tiene más memoria verbal que yo!. Aún da gracias que yo le supero a él en memoria visual (claro que le supero haciendo un poco de trampa, porque a él le acaban de descubrir una pequeña catarata en la pupila, en cuanto se la operen, me retiran el oro olímpico, me temo…).

También FSD tiene mejor que yo la homocisteína, que previene deterioros neurocognitivos de futuro (está visto que él no está por la labor de neurodeteriorarse nunca) y hasta la hormona del crecimiento. ¿Estás de coña, Varoufakis? ¿No pretenderás que a los 80 años este hombre sigue creciendo? “No, esta hormona a estas alturas ya no sirve para crecer, pero sí para ir renovando el organismo y el metabolismo, en resumen, para mantener a raya el desgaste y la vejez”…Lo que me faltaba. ¡Ahora va a resultar que, si me despisto, envejezco más rápido yo que él!

 Menos mal que yo le supero en elasticidad arterial y de todo tipo. Y que además Varoufakis, me va a recetar también a mí testosterona, para que me la frote en la cara interna de los muslos (uy…) y me ponga mucho más fuerte y mucho más pasota de los problemas(como son los tíos, asegura él mismo). Igual me tendré que depilar un poco más seguido pero a cambio promete que me va a crecer el clítoris: “de una lentejita, haremos quizás un garbancito”, sonríe de oreja a oreja, más y mejor que cualquier candidato a las elecciones de los que por aquí tenemos.

Salimos de la clínica cargados de mandados y de deberes, desde hacer ejercicio hasta tomar toda clase de suplementos nutricionales y reemplazos hormonales cuya función es desafiar los límites ordinarios de la Naturaleza para tentar los extraordinarios. El peterpanismo ha dejado de ser sólo genética y actitud (que también) para devenir una posibilidad científica al alcance, no diré de todos, pero sí de muchos más de los que hasta ahora habían soñado con intentarlo.

 ¿Y finalmente qué pasa con el Síndrome de la Tía Julia? Yo en un aparte acorralé a Varoufakis, le miré a los ojos con los míos de matar y se lo pregunté tal cual: ¿cómo está él de verdad? ¿Cuánto Peter Pan me queda?

Respuesta: “Tranquila. Incluso con los tres bypasses y con un aneurisma disecante en la aorta abdominal, es un hombre extraordinariamente fuerte y bien cuidado, que si sigue así y hace sólo un poquito más de ejercicio te puede durar bastantes años, con buena salud, con el cuerpo y con el ánimo joven…¿has visto además que la nueva frontera de la esperanza de vida está en los 120 años, incluso más allá?”

Sea. Por veinte o treinta años de felicidad –tirando por lo bajo- cometo yo la locura de quererle y de aguantarle. Tienen ustedes todo pagado en Shangri-La.

Anna Grau

 

Anna Grau

Escritora y Periodista.