Casi medio millar de personas, en su mayoría mujeres, llenaban las calles de Madrid el sábado 21 de noviembre.

Hartas ya de soportar todas las violencias machistas que nos ahogan y maltratan día a día, dejando a menudo la propia vida, el movimiento feminista de todo el Estado convocó esta marcha para exigir la implicación de los estados y erradicar esta lacra social que es la vergüenza de cualquier sociedad que se reclame avanzada (en democracia y derechos humanos, está claro).

Una realidad que sigue escondida
Sin contar las mujeres asesinadas en los últimos días, de 1995 a esta parte – fecha de donde parten las estadísticas más recientes- se registran 1.378 mujeres muertas a manos de sus parejas sentimentales. En lo que va de año ya se han contabilizado 70 feminicidios y, tan sólo este verano, han sido asesinadas 37 mujeres y 8 menores a manos de sus parejas, padres o parejas de sus madres. Mujeres y menores que sufren la violencia patriarcal en sus múltiples formas. Esta realidad es tan sólo la punta del iceberg de un problema que permanece escondido en medio de nuestro entorno más inmediato.

No son crímenes pasionales

Antes se decía que siempre habían tenido que ver con lo que  se denominaba «crímenes pasionales», aquellos que ocupaban las portadas de las revistas sensacionalistas, pero ahora ya no estamos dispuestas a callar por más tiempo pues hemos asumido que es una anormalidad social por mucho que cada semana se repitan nuevos casos de mujeres muertas por causa de la violencia machista.

Desvalorizadas y cosificadas

El movimiento feminista considera que las violencias que vivimos en diferentes ámbitos se suceden en una sociedad que tolera la desigualdad y, con ella, resta credibilidad y autoridad a las mujeres. El machismo alimenta, por un lado, nuestra desvalorización y -por la otra- la cosificación de nuestros cuerpos con la falta de respeto a nuestras decisiones. Sin embargo, estas agresiones son inseparables de las que sufren las personas que no responden a la masculinidad hegemónica.

Una división de roles atávica

Es la misma estructura de la sociedad la que ahoga y condiciona el derecho a la vida y el desarrollo humano de las mismas mujeres. Son razones que vienen de lejos y que establece una división atávica de los roles asignados a los hombres y a las mujeres; unos roles que asociados a un modelo económico donde prima el dinero, determina que el trabajo de los hombres es el productivo, lo que se le reconoce un rendimiento y se remunera, mientras que el de las mujeres gira en torno al trabajo reproductivo de las personas, que no tiene remuneración y -si la quiere o la necesita- tiene que hacer -además a más- el mismo trabajo productivo asignado a los hombres a menudo en peores condiciones y menos remunerado. Este contexto de la relación entre los hombres y las mujeres está cargado de historia, de cultura y -por tanto- de creencias, símbolos y conceptos que pueden explicar porque -a vueltas- ha naturalizado el hecho de la violencia.

Todas las violencias en casa.

La violencia económica no es la que -aún hoy- no reconoce el mismo salario por el mismo trabajo, sino que en el ámbito familiar se pone de manifiesto, en particular, en el caso de separación o divorcio, pues las mujeres -de forma mayoritaria – se quedan con las criaturas y no siempre el hombre asume el coste de una pensión de alimentos y / o compensatoria justa. Todos conocemos familias monomarentales que tienen que hacer frente, en solitario, a las cargas familiares con las dificultades añadidas de la falta de trabajo y que -en el caso de encontrarse nece- son trabajos en precario y con unos salarios muy bajos (en este sentido sabemos de muchas abuelas y abuelos que asumen unos gastos que ya no les pertenecen).

Queremos vivir sin riesgo de acoso.

Es violencia también no poder ir por las calles con seguridad, el miedo a ser acosadas en la calle o también en los puestos de trabajo es un ataque a nuestra libertad. No creemos  que los malos tratos y los abusos es un tema del pasado y que hoy con las jóvenes ya no pasa. Es mentira: en la relación entre jóvenes se reproducen viejos esquemas de control sobre las mujeres, control sobre la forma de vestir, sobre con quién se relaciona, controlando móviles, etc … No es un tema superado y se producen en todas las edades.

Los integrismos, un peligro real para las mujeres.

Es impensable que, en una democracia que consagra los principios de los derechos humanos en su Carta Magna tengan tanto poder de influencia los integrismos que -de la mano de las instituciones religiosas relegan la dignidad de las mujeres a su maternidad, negando todas las potestades sociales que tienen como sujetos de derecho. La radicalización de los integrismos nos podría llevar a que, de aquí a nada, podamos ver como las mujeres se nos relega a la situación del siglo IV cuando aún no teníamos alma …

Vender el propio cuerpo, una esclavitud.

Tanto de culto como se da en el cuerpo y con frecuencia las mujeres están abocadas a subsistir vendiendo el propio cuerpo, es la esclavitud del siglo XXI, pues el tráfico humano es uno de los negocios ilícitos globales que más ha crecido en los últimos tiempos: ocupa el tercer lugar, después de la venta de armamento y del comercio de drogas. Es difícil cuantificar el volumen de negocio de esta explotación sexual de las mujeres por ser una actividad que se lleva a cabo al margen de la ley. Sin -según informes de la ONU, estima que la cifra es superior a los 32.000 millones de dólares.

El sistema patriarcal y el machismo matan.

Las mujeres denunciamos la omnipresencia del machismo en una estructura patriarcal que nos ahoga. No es que morimos a pellizcos por la dureza de la vida y las repercusiones en nuestra salud, sino que con esta violencia machista que nos invade, a las mujeres nos matan !!!

Fuente: La Independent.

maribel Maribel Nogue, articulista escritora