Tengo para mí, que esto de la Mesopotamia es un proceso similar a la adolescencia. De hecho, veo en mi chiquillo pequeño síntomas similares a los míos: le está cambiando el cuerpo, tiene las hormonas alborotadas, la melancolía se le apodera, se le afloja la lágrima, no encuentra su sitio aunque siente la extrema necesidad de encontrar quién es en medio del mundo que le rodea… Paralelismos evidentes.

Creo que la clave está en que él tiene una cantidad ridícula de años y una enorme cantidad de hormonas y a mí me sucede justo lo contrario.

Los contrarios, dicen, se atraen… Y ahí andamos los dos, a la trágala.

Los dos buscamos nuestro lugar en el mundo. Ambos tratamos con denuedo de hacernos a un cuerpo en plena transformación que en no pocas ocasiones nos resulta extraño. Las hormonas, esas maravillosas e insondables transmisoras de transformaciones y emociones, están haciendo de las suyas en su cuerpo y en el mío. De vez en cuando nos sale un grano, se nos arrebola el deseo o nos encontramos impávidos y desganados haciendo bolita en el sofá. Tan pronto asoman las lágrimas, como nos entra el arrebol activo de quien descubre un tesoro…

Y sin embargo hay claves que nos diferencian… Él tiene que “descubrirse”, no puede recostarse en su historial como quien descansa en una poltrona, no puede escudarse en el “es que yo soy”… A mí me toca redescubrir quién puedo ser impulsándome en quien creí haber sido. Él vive hacia fuera, intentando encontrar su sitio en la sociedad; yo, por mi parte, vivo hacia dentro intentando también encontrar mi sitio fuera, pero sin perder mi centro. Él empieza a construir su historia, yo sigo hilando la mía, pero con la sensación de que hay capítulos a los que necesito poner un broche.

Sé que no soy la única. Sé, por mi trabajo, que muchas mujeres sienten como yo que lo que fueron o hicieron se les quedó pequeño como a mi hijo los pantalones.

En este deshumanizado mercado laboral que nos toca vivir, asistimos además a la falta de aprecio por la generación de mujeres más preparadas y con más experiencia de la historia. Con no poca frecuencia me encuentro Emperatrices como yo que han sido objeto de alguna remodelación laboral en empresas de todo tamaño, y viven con desesperación el intento de reengancharse en un entorno laboral que no sólo desprecia la experiencia, sino que adjudica un valor ridículo a las aportaciones que pueden llevar a cabo.

Mujeres que creen que nadie les contratará por su edad, que siguen pensando que su aportación se ciñe a quien fueron en otro momento y se atragantan en la certeza de que perdieron su utilidad, al haber medido su valor desde siempre con la vara de medir de “los otros”.

Si te encuentras en ese momento, yo te animo, Mujer, a descubrir la vasta inmensidad de tu Reino, a que te adentres con cuidado en la profundidad de tu intimidad y descubras qué te gusta realmente, qué puedes ofrecer de corazón y con Sentido.

Te invito a que integres en tu oferta lo que aprendiste por cuenta propia o ajena. Te urjo a que dejes de pensar “que no te quieren” y empieces a descubrir “cómo quererte”. A que pintes con tu propia sensibilidad y creatividad las habilidades aprendidas formulando con claridad “qué te diferencia”.

Y te lances con porte regio y orgulloso a reconquistar un nuevo espacio laboral en el que realmente puedas aportar lo que deseas desde el nuevo lugar en el que te encuentras ahora.

No puedo prometerte que será fácil, es más, no lo será. Pero sé por experiencia que es enriquecedor no sólo para tí, sino también para todo (y todos) lo que te rodea. Ya descubriste que “nadie te da trabajo”, así que esa vía la tienes ya explorada… ¿Por qué no pensar en pasear tus dones como una Emperatriz distinta y diferenciada?

Marta Arellanomartaarellano

Desarrollo de Personas y Organizaciones

www.mmarellano.com